Es
cierto, amigo Pedro Osty, el hombre aprende a fabricar su existencia sobre las
bases del tiempo que siempre son endebles porque el edificio termina cayéndose tarde o
temprano dentro de los pautados límites existenciales.
La
angustia del hombre estriba en la
arenosidad del tiempo y si no se rinde a ella prematuramente es por el estímulo
de la palabra que actúa como algamasa del hormigón de la voluntad tratando de
crecer como un do sostenido en el espacio.
Y en ese crecimiento, más si es
poeta como el autor de “A golpe seco”, el hombre suele disfrutar de los colores “que la tarde nos regala en los
espejos colgantes de sus escombros”.
Puede,
no obstante, en ese momento experimentar soledad (soy un solitario bajo mi piel)
por la misma exposición de colores que lo cautiva. Entonces comienza el calvario de las
inquietudes por lo desconocido, por lo cósmico, y siente, acaso por miedo la
necesidad de partir, de ausentarse de ese encuentro, pero la duda lo asalta y
termina por adherirse como “apéndice
de sombra” en el “vaiven
del trapecio”, porque al fin, la vida es un trapecio que va y viene o
como una ola que levanta y que nos hunde y que nos vuelve a levantar si antes
no hay una playa de arena que nos absorba o de riscos que nos desintegre.
Existen
hombres angustiados, como Marcos Vergara en Canaima, que rompe el silencio
telúrico con un grito o rugido desesperado y en ese instante es inevitable el
sacrificio de la palabra no por “descuido” sino por imperativo del mismo estado
anímico que como el sismo cuando es demasiado intenso, resulta incontrolable e irresistible para la
naturaleza humana.
Otros
en cambio, prefieren sujetare al instinto disciplinado o no de su
vocación. Sujetarse al canto de viva voz
o literario, por ejemplo. Pero, ¿Puede
considerarse pecado gritar o cantar en el momento del crecimiento? El poeta Osty lo duda (si peco / sea el agobio de la
noche mi penitencia).
Por
su puesto, aquí se observa claramente, que es la noche inmediatamente después
que ha impresionado en su retina el
fenómeno vesperal, cuando más se agobia o lo angustia las inquietudes del
arcano y eso para el poeta equivale a una penitencia carcelaria que lo
trasmonta y lo expone al riesgo del azar (siento un acopio de lejanía / me expongo a
los riesgos / del azar / dejo a
disposición mi fecha).
El
estado de surmenage por más voluntad de hormigón que tenga, es inevitable y va
al encuentro de su carta de natalidad
que lo fija en escorpio como un parto
improvisado, un accidente, pero fecundo en cuanto a producto aislado de su
genomapa que lo convierte en una verdad, en una realidad, donde sólo él es su
propio rival, es decir, él siente que es lo qué no pudo ser como tal vez estuvo
pautado. Y se burla del tiempo como un “exiguo
tic tac” del cual se ha
desprendido hasta sentirse volátil sobre los prejuicios, lejano y
sobreviviente. Un sobreviviente capaz de
escuchar “el paso de las nubes asido al galope de la noche, invicto amo de los
trasnochados”.
Y
en ese estado de sumernage asciende, desciende, fluctúa “desde la nada al abismo, desde
la forma hasta la tormenta del mundo” y afirma que volverá
a su origen cuando parta “hacia el misterio”. Entonces será otro día, sin solemnidades que
no aspira, sólo un canto tenue, un haz de luz que lo despida “del
mundo, de su vanidad” pues le vasta ser expresión disidente.
El título “A golpe seco” nada tiene
que ver con el contenido literal del poemario de Pedro Osty, publicado por
No hay comentarios:
Publicar un comentario