lunes, 31 de diciembre de 2012

LIBRO DEL ABUELAZGO / Luz Machado

            Luz Machado nos entrega su vigésimo cuarto libro (libro del abuelazgo), editado por “Pen Club de Venezuela” que dirige José Ramón Medina, en su “Colección Plural de Poesía” bajo los auspicios del Conac.
            Poesía diversa, pero en un sólo tono: el proceso de la ultimidad que a través de lo poético va registrando la memoria.   La aparición de los hijos, y de los hijos de los hijos que consolidan el abuelazgo en una marcha sin regreso.  La memoria abre cominos nostálgicos azuzada por abrojos en un laberinto de dudas que no logra despejar la reflexión.  Los momentos son imprevistos.  La poeta se detiene o hay algo que  la detiene en cualquier  instante, rompiendo la monotonía con disgresiones circunstanciales.  De allí la frase preliminar de Ortega y Gasset,  al comienzo: “Preferimos sobre a tierra una indócil diversidad a una monótona coincidencia”.
            Está integrado el “libro del abuelazgo”  por cinco conjuntos de poemas:  De buena fe, El anillo sucesivo, En alta noche, Todos los días del Sol y Metal bruñido.
            En el primero, la poeta empieza a ubicar la casa donde nació un día de eclipse junto al río, sin vanidad  ni orgullo, pero marcada por la poesía.  Luego va saltando en el tiempo de su escritura y devolviéndose  para proseguir de nuevo en un  intento por darle continuidad a tantas cosas vistas y vividas.  La memoria es un gran  recurso para vivir lo vivido, y lo vivido por más divertido que haya sido, siempre será nostálgico.  Por ello, la memoria tiene allí en el libro un canto triste cuando se da cuenta que todo ha envejesido, incluso el clásico óleo ingenuo que congela la rigurosa estampa de otros tiempos dominados por los rigurosos  ritos de la iglesia, no importa que el río siempre esté allí, poco vale que sea marzo o febrero.  Agazapado y felino, podrá discurrir sin sentire desde el balcón de las doce ventanas.
            Y aunque se halla inventado el bronce al aire libre, el tiempo no perdonará  porque previamente se ha  cuidado  de tallarnos en la propia piel y “mientras el tiempo nos viste imperiosos / Nada hay que no pueda hacerse/ después del olvido/ Aunque falte el pan con el saludo/del rostro en la mañana/ y la mujer despierte entre pinceles/ y tazas y destinos”.
            Regresar, doblegar el tiempo? Imposible.  Sólo el alma es capaz de sostenernos “como un Dios cultivado el propio cuerpo”.  Y la soledad es inevitable.  Por eso la poeta no busca compañía porque de todas maneras ésta “llegará con sus pañuelos rosados de cuarzo/ y hontanares de  granito azul”.
            El segundo conjunto de poemas “Los anillos sucesivos”, empieza por un reproche al Río “testigo ciego de tantas muertes”, dedicado a su hija Nora; Amanecer de pájaros, a su hija Luz.  A Jeannette, el “vuelo de las golondrinas”; a Mariela, “alero al aire”, a Gonzalo, su único hijo varón, “Espuelas nuevas”; y a Dulce, “gatos bordados”.
            El tercero “En alta noche” son siete poemas, donde siempre está presente la figura inevitable de la muerte asediando después de la mesa alegre o del rito de la catedral donde la música de s hermana emerge inconfundible por los junco irreales del armonio buscando imposibles espacios a través de los vitrales, hasta que se lleva a su madre, al asceta de su padre,  a Tiulin Tiulin, su tía Elina.
            Concluye con “Todos los días del Sol”, su entrada al abuelazgo que se inicia con Max Alberto y quien le abre la puerta del otoño. Luego viene una constelación frente a la cual se siente como un espejo roto.  Continúan los bisnietos.  Entonces la poeta siente de veras que le corre el tiempo “como el hilo de la media/ incontenible/ Hacer/ para dejar de hacer/ me pinta en blanco finísimo/ otra hebra gris sobre las sienes/ Quien  pudiete/ tejerse el ánimo de cada día/ sin signaturas ni adversidad/ solo para reconocer/ enteros/ vivos/ camino y desmayo/”.
Américo Fernández

            Acápite: La poeta Luz Machado vino expresamente de Caracas para presentar “el libro del abuelazgo” en la tertulia literaria de un miércoles, abierta al público,  4 de febrero, en la sede de la AEV, Casa de la Poesía.

domingo, 30 de diciembre de 2012

REMEMBRANZAS / Elías Inaty


Elías lnaty incursiona con este libro en la narrativa vivencial y lo hace a punto de los ochenta, edad sublime para añorar el pasado con la tierna madurez de la experiencia.
Desde Cartagena de Indias donde nació en 1919 lo trajo su padre y en la Angostura del Orinoco se ha quedado hasta nuestros días. Aquí estudió y se hizo preuniversitario hasta que alcanzó el título de Pediatra en la Universidad Central de Venezuela.
Ejerció la medicina privada, la medicina pública, y la docencia en la Escuela de Medicina de la Universidad de Oriente, en la que fundó  la Cátedra de Pediatría en 1964 y de donde salieron dos libros que cubren su ausencia de jubilado  en las aulas; Pediatras, Premio Nacional de Pediatría "Pastor Oropeza" y textos obligatorios de la Unidad de Ciencias de la Salud.
Indudablemente que como pediatra, el doctor inaty ha salvado muchas vidas, y en calidad de docente, contribuido a formar Médicos a lo largo de dos decenios. Pionero junto con Carmen Luisa Arocha de Piñáhgo, de la Fototerapia en Venezuela y también iniciador de la presencia permanente de la madre al lado de su hijo enfermo en el Hospital Universitario Ruiz y Páez, partiendo del principio social de qué el niño cuando está enfermo es cuando más necesita a la madre. Hasta entonces el niño hospitalizado sólo recibía el calor de su madre tres veces por semana.
Sin necesidad de militar en partido, ha desempeñado cargos político-administrativos como el de miembro del Directorio de la Corporación Venezolana de Guayana y Presidente, en ejercicio de la representación popular, del Concejo Municipal de Heres.
Fue durante varios años Presidente de la Asociación de Escritores de Venezuela, Seccional Ciudad Bolívar, y miembro  del Consejo Superior de la Fundación del Museo de Arte Moderno 'Jesús Soto". Cargos que denotan su constante preocupación por la cultura bolivarense, particularmente por las letras, a la que le ha dedicado su libro "Las Cenizas del Día" con raíces en el surrealismo de André Breton que en Ciudad Bolívar tenía novedosos seguidores, como el propio Inaty, Alarico Gómez, Jean Aristeguieta, Arquímedes Brito y José Ramón del Valle Laveaux, integrantes del grupo literario "Aureoguayanos", opuesto a la poesía tradicionalista y contra el cual se enfilaron entonces unos cuantos arcabuces, entre ellos, el de un misterioso columnista del vespertino "El Luchador" llamado Juan Manuel Kepler Ruiz.
Después de "Cenizas del Día", Inaty ha publicado "Tiempo Recio" y "Rumor de la Memoria", todos poemarios. Ahora incursiona en la narrativa vivencial con este libro "Remembranzas" que recorre veinte años de infancia y adolescencia entre las crecidas y estiajes de una ciudad que siempre ha vivido frente al río.
Américo Fernández




domingo, 23 de diciembre de 2012

LA CIUDAD DE PIEDRA / Diógenes Troncone


Después de "Canaima como protagonista de la selva", Diógenes publica "La Ciudad de Piedra", su segundo libro, que también denomina en uno de los diálogos \"La Ciudad Megalítica y que hubiera podido llamar "La Guaricha" como la novela de ambiente bucólico de Julián Padrón.
"La Guaricha", de Julián Padrón es la mestiza en flor que asedian y raptan llaneros y hacendados hasta encariñarse como lo hacen con la misma tierra. "La Guaricha" de Troncone no tiene idea de dónde es, si es de la etnia Aruca mezclada con Caribe, mestiza con blanco o cuarterona. Solamente se conjuga en tiempo presente y se declara ciudadana del mundo con un espacio vital: la Ciudad de Piedra o la Ciudad Megalítica, por estar montada sobre una pirámide ingente con ambiente pétreo donde, por consiguiente, se camina sobre piedras, se vive recostado a las 'hiedras aunque sin ingesta de piedras porque sus habitantes están hechos de piedra
La Guaricha lleva sostenidamente el hilo de la narración o :conversación, parecida a veces a un soliloquio que le sirve al autor para liberar las sensaciones de gozo o de su eterno padecimiento por la ciudad que terminó de sacarlo del vientre de la madre.
Nadie ha disfrutado y padecido más esta ciudad con paisaje alucinante, personajes, supersticiones, mitos, torturas y pasiones que Diógenes Troncone, un maestro de escuela que se hizo grande en la universidad, en el aula de algarada intensa y en la ciencia pedagógica, que se aprende en vericuetos, calles y, algunas veces anchas y otras estrechas. Siempre él cargó a cuestas con la ciudad no obstante la dureza de la piedra eternizada en la memoria de la historia y en una geología en evidencia cada mañana y cada tarde cuando el Sol muere por enésima vez en la llanura de su mesa o en el horizonte occidental de su crepúsculo.
La ciudad nació un día en que todo se volvió espuma después del desbordamiento sobre la misma piedra, exactamente cuando sus fundadores pretendieron ver los colores del prisma en cada burbuja de la álgida efervescencia; desde entonces son los colores del atardecer que el pintor busca ansioso en su paleta y que Soto sólo pudo hallar en el rielar angustioso de las aguas y la intermitencia del moriche.
Desde entonces la ciudad no ha dejado de crecer y padecer, tanto como el autor que la llevaba a cuestas en busca de un destino que ahora una grácil guaricha pesquisa deslumbrada sobre la misma piedra erizada de puentes, saltos y toboganes, de zanjones y casas que parecen fortalezas, casas con azoteas moriscas y grandes ventanales, descomunales puertas con bocallaves y mascarones con aldabas, candelabros y cortinas de celosías. Casas que van bordeando y moldeando las ondulaciones y sinuosidades de la roca o que parecen sembradas o, más bien, cinceladas por la mano artesanal de un telúrico alarife con sueños de grandeza. Esta Guaricha que va descubriendo la ciudad al ritmo ancestral de una aruca y que inquisitiva y sigilosamente van siguiendo pescadores, indígenas, ancianos y rezanderas, nadie sabe de dónde vino ni cómo llegó a las riberas del río, si de Casanare o Maturín donde existe un parque con su nombre o si de Mérida o la Isla de Coche donde la tradición festiva se gasta a coro de guarichas. Lo único cierto es que conduce el relato al tiempo que va descubriendo los héroes, leyendas y emblemas de la ciudad de piedra hasta que la sepulta el río en el punto donde nunca más se detuvo el sortilegio de la totuma y la vela que también, como a ella, se la tragó el chapichapi que excita a los curiareros. Sin embargo los ribereños suelen verla en ciertas brumosas mañanas o por la tarde cuando sopla el barinés, la ven bajo atmósfera de encantamiento que emerge  como móvil estatua vaporosas sobre las ondas fluviales con la impecable ligereza de una gacela o de una nereida que sigue los tentáculos de la mítica culebra de siete cabezas. 
Américo Fernández




jueves, 20 de diciembre de 2012

Héroes y espantapájaros / Mimina Rodríguez Lezama



Ciertamente, los héroes son esos que la poeta recoge como verdad en su imaginación creadora. Los héroes son bronce y ceniza del propio bronce modelado o ceniza de las victimas quemadas por el rayo incesante de la guerra.
Los héroes son eso, bronce y ceniza, estatuas inermes e inertes frentes a los espantapájaros que son superhéroes del camino, los que cuidan las siembras y hablan con la voz de los poetas, testigos del tiempo y del espacio, profetas, fantasmas, en fin, cruz aguardando al hijo de Dios dentro de un círculo, principio y fin de todas las cosas. Por eso siempre será así, la misma hambre cabalgando sobre la necesidad, la muerte y la grandeza. Por eso siempre habrá tantas batallas como héroes y cada año o tal vez menos, un hombre tipo como ese que exalta con cirios y coros de catedrales  la angustiada poeta. Un hombre tipo que como Piar será crucificado en la cruz del espantapájaros para que los niños y las palomas o los colibríes le teman; pero será siempre inútil porque el espantapájaros, ya lo hemos dicho, sumido en el alma del poeta, tendrá espacio y tiempo para ofrecer su testimonio, recordar el “regreso del principio” y que “todo final es una conjugación” .
            Y es que esos espantapájaros, testigos de la siembra y la destrucción, pueden hablar a través de su médium que son los poetas y decir la verdad que oculta el pasado de la infamia, porque la verdad, aunque la sepulte la gloria de los héroes, constantemente germinará  y de algún modo servirá para el hombre o las guacamayas que como Piar llevan un arco iris en la guerrera. Entonces no era necesario que se lo impusieran en la Plaza bajo el ruido de las balas porque ya al parirlo la mujer había pedido a cambio siete medallas con cinta tricolor.
            Mimina Rodríguez  Lezama que es poeta nacida en la tierra  del granero de la guerra emancipadora,  sabe por la memoria atávica y telúrica, de aquel hombre que conoció el espantapájaros y que vio pasar por su vereda cargado de tristeza  hacia designios aun no comprometidos. Sabe también del día que cayó y se hizo leyenda, del día en que sobre el bermellón de su corazón trizado anidaron los pájaros  sin temor a los espantapájaros y las balandras surtas y casi agónicas en el puerto.  De allí su narración con propiedad del drama de esta plaza y de estas calles de su pueblo, llenas  de casas solariegas en ruinas que lloran con lágrimas de paraparos y música de Quena la muerte de aquel hombre que llevaba en su guerrera un arco iris de amor.
Prólogo de Américo Fernández
               

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Imágenes y testimonios / Luz Machado




Prólogo
Ediciones Al Sur publica éste, el vigésimo libro de Luz Machado, siguiendo el loable propósito de darle sentido de permanencia a los valores literarios de la región. Ella, deshojando un tanto la flor blanca con corazón amarillo, se decidió por estos copulados sustantivos lustrales: "Imágenes y Testimonios". Nos parece bien, porque se trata de un texto donde la virtuosidad de la palabra hace posible el rescate de vivencias que parecían extraviadas en los pliegues de una memoria saturada de infinitas percepciones.
No tiene que ver con la Poesía, género que absorbe toda la majestad intelectual de esta distinguida dama angostureña desde que dejó atrás una adolescencia signada por los misterios de la selva y los cambios enigmáticos del gran río. Un río que se desborda siempre en las praderas de sus sueños y que la invitaba a pasear por las estatuas que el viejo Amalivac de los Tamanacos esculpió sobre la inconmensurable extensión de su cuenca.
La Poesía pura hace mutis aquí en este libro familiar aunque, en ocasiones ineludibles, se asoma para imprimirle elegancia a la imagen y al testimonio de un tiempo en que las niñas jugaban con muñecas de cristal o porcelana y la creación del mundo infantil podía lúdicramente extenderse hasta la propia orilla del Río Padre, siempre próximo a la casa y visto desde cualquier ángulo de la dudad empinada. Desde la orilla, el guijarro lanzado con destreza podía, antes de hundirse, recorrer largo trecho saltando como niño avieso y travieso sobre el manto líquido que riega y discurre sin cesar. Eran otros tiempos!
El poeta vive y siente el impulso de eternizarse en la poesía, pero sin olvidar al lector universal del que hablaba Jean Paul Sartre y el cual no tiene acceso a la literatura depurada. De allí que la poeta asuma en ocasiones el lenguaje del periodista para acceder al gran público, por lo menos al de la patria chica y señalarle cosas que aunque vinculadas a la vivencia personal, son de ellos, son de todos.
La Casa de las doce Ventanas, de su tatarabuelo prócer de la Independencia, es de todos, es de la nación entera, no sólo porque fue levantada expresamente para él como regalo de sus hijos, sino por el lugar donde fue construida y por el valor de su línea arquitectónica. Allí en la puerta principal está la "M" de los Machado y en su interior las celosías pendientes del acontecer del río y de la dirección de la brisa que ha de ventilar los muros singulares de la casa.
Se consigue aquí en esta obra una descripción integral y bien documentada del histórico inmueble donde el aire andaluz se filtra por los sugestivos ventanales, así como los acaecimientos públicos y familiares que se han venido sucediendo hasta nuestros días. El inmueble está dentro del Casco urbano declarado Monumento Público Nacional en 1976 como están otros valores arquitectónicos que no por su ubicación en el centro dejan de tener per se un valor histórico cuando no artístico. Tal el hoy Palacio Municipal, ayer Hospital Mercedes y Caridad y finalmente Ruiz y Páez. En ese Palacio de dos grandes alas de doble nivel, enlazadas por un puente singular sobre la calle Igualdad o antigua calle Fajardo, funcionan el Ayuntamiento y la Alcaldía y como rama de ésta la Dirección de Cultura que dispone de sala para teatro y conferencias, galería de artes visuales y un espacio para el pensamiento que lleva el nombre de la autora del libro. Se llama al comienzo Taller Literario y ella en su discurso el día de la inauguración sugirió el de Espacio Literario por razones fácil de entender en el discurso que en el libro se halla inserto. Al Premio Nacional de Literatura "Alfredo  Alfonso" creado por la Dirección de Cultura de la Gobernación del Estado Bolívar y adjudicado a ella en 1995, se refiere en capítulo aparte deslindando lo que fue su nombre literario cuando casada y lo que ha sido y es después de su divorcio a partir de los años sesenta. Asimismo hilvana al correr de la pluma otras apreciaciones que tienen directamente que ver con la noble casa que se mantiene en pie desde la fundación de la ciudad, insigne casa donde su tatarabuelo firmó junto con los demás congresantes de 1819 la Ley Fundamental de Colombia y donde por excelsa coincidencia le ha tocado a ella recibir no sólo este premio sino homenajes anteriores como el de la condecoración Orden Congreso de Angostura.
Por último inserta un capítulo ya publicado en sus Crónicas sobre Guayana, referente al Museo Talavera dirigido por su padre José Gabriel Machado y fundado junto con él por Monseñor Miguel Antonio Mejía. El primer Museo que tuvo la Ciudad inaugurado en 1941 con motivo del centenario de la terminación e inauguración de la Catedral y que tan funesto destino le asignaron los encargados de ser- curadores de la ciudad y sus bienes más preciados.
El Museo, desaparecido paradójicamente -en los albores de la actual etapa democrática, exhibía objetos cerámicos y líricos de nuestra raza aborigen, reliquias del tiempo colonial, documentos, armas, piezas numismáticas, muebles y otros objetos vinculados con la historia regional y sus protagonistas.
Luz Machado, manejando con soltura esa prosa ligera y familiar con la cual ha logrado sustraerse a ratos del lenguaje poético, toca la mera y sencilla realidad de las cosas vinculadas con la historia, las tradiciones y costumbres y resalta al final en homenaje a su padre de figura franciscana, la corta existencia de aquel heterogéneo Museo realizado con esfuerzo y tesón, sin otro antecedente y sin otra motivación que la voluntad generosa, altruista, de quienes sintieron y quisieron  a esta tierra con la misma intensidad que hoy sienten emular sus herederos.
Américo Fernández



domingo, 16 de diciembre de 2012

LAS ETNIAS DEL ORINOCO / Alexander Mansutti Rodríguez





Alexander Mansutti. Rodríguez, director del Centro de investigaciones antropológicas de la Universidad de Guayana, Doctor en Antropología y Etnología, autor de numerosos artículos sobre econo­mía, la etnohistoria y las relaciones ambientales de los Piaron y en el Orinoco Medio, ha dado a la luz última­mente dos publicaciones: una, "Hipótesis sobre el poblamiento en el Orinoco Medio durante el período proto-histórico temprano", y otra, junto con Noel Bonneuil, doctor en matemáticas aplicadas y las Ciencias Sociales, sobre "Dispersión y asentamiento inter-fluvial llanero: dos razones de sobrevivencia étni­ca en el Orinoco Medio del Post-contacto".
El estudio, basado en una abundante bibliografía de los siglos XVI, XVII y XVIII, y el cual está contenido en la primera publicación, abarca una fracción extensa de la cuenca del Orinoco (341000 luns2) dominada por el paisaje de la sabana llanera y la selva húmeda tropical. Se trata, no obstante las limitaciones que oponen la baja calidad de los datos y en algunos casos el hiperbolismo de las crónicas del pasado, de reconstruir. el poblamiento del Orinoco Medio para constatar si las sociedades que hoy se investigan responden fielmente al potencial aborigen de adaptación al manejo de condi­ciones ambientales y socio-culturales en que se desen­vuelven o si, por el contrario, son consecuencia de un severo proceso simplificador que comenzó con la llegada de los europeos.
Mansutti propone como conclusión dentro de la irregular y heterogénea ocupación humana del espacio que se constata en el Orinoco Medio, un escenario en el que la población llanera era mayor por unidad de superficie que la población de selva húmeda tropical y explica que se debía a una serie de factores que los aborígenes tení­an la capacidad de regular de acuerdo con sus bondades y restricciones.
La segunda publicación se refiere al período que suce­de al primer contacto de las poblaciones indígenas con el europeo para determinar las razones de sobrevivencia étnica en el Orinoco Medio del post-contacto, tomando en cuenta, según se desprende de las crónicas examinadas, que hubo un descenso brutal de la población.
Un descenso brutal en el que inciden factores de desorganización social, dispersión y destrucción causadas por la violencia, el terror, los desmanes, las prácticas esclavistas y las enfermedades que cundían en incontrolables epidemias.
A la luz de las crónicas de jesuitas y seglares entre los años 1681 a 1804 y conforme a sus características ambientales y sociológicas, se estudiaron 40 grupos étnicos que estaban asentados en el Orinoco Medio y luego mediante resultados censales muy posteriores y procedimientos y técnicas estadísticas determina los grupos extinguidos y sobrevivientes.
Y no sólo los determina sino que precisa los factores que favorecieron la sobrevivencia de algunos grupos étnicos del Orinoco Medio -once en total- que según las conclusiones del trabajo, fueron la dispersión y el hábi­tat inter-fluvial llanero unido a otros valores como la distribución de la población. El hábitat inter-fluvial lla­nero es representado sólo por los Guahibos, quienes sobreviven vigorosamente a la debacle en tanto que pueblos como Maypure y Caberre desaparecen debido a las epidemias y a la esclavización masiva. El mecanis­mo ecológico se distingue como factor importante de sobrevivencia, pues "mientras más disgregada y menos interdependiente estaba la población de una etnia, mayores eran las probabilidades de perpetuarse como grupo. Al contrario, mientras más agrupadas especial­mente y/o cercana a los centros de mayor concentración de colonización estaba la población de un grupo, mayores eran las posibilidades de extinguirse”. (AF)

  

viernes, 14 de diciembre de 2012

A GOLPE SECO / Pedro Osty



                                               
           
            Es cierto, amigo Pedro Osty, el hombre aprende a fabricar su existencia sobre las bases del tiempo que siempre son endebles porque  el edificio termina cayéndose tarde o temprano dentro de los pautados límites existenciales.
            La angustia del hombre  estriba en la arenosidad del tiempo y si no se rinde a ella prematuramente es por el estímulo de la palabra que actúa como algamasa del hormigón de la voluntad tratando de crecer como un do sostenido en el espacio.  Y  en ese crecimiento, más si es poeta como el autor de “A golpe seco”, el hombre suele  disfrutar de los colores “que la tarde nos regala en los espejos colgantes de sus escombros”.
            Puede, no obstante, en ese momento experimentar soledad (soy un solitario bajo mi piel) por la misma exposición de colores que lo cautiva.  Entonces comienza el calvario de las inquietudes por lo desconocido, por lo cósmico, y siente, acaso por miedo la necesidad de partir, de ausentarse de ese encuentro, pero la duda lo asalta y termina por  adherirse como “apéndice de sombra”  en el “vaiven del trapecio”, porque al fin, la vida es un trapecio que va y viene o como una ola que levanta y que nos hunde y que nos vuelve a levantar si antes no hay una playa de arena que nos absorba o de riscos que nos desintegre.
            Existen hombres angustiados, como Marcos Vergara en Canaima, que rompe el silencio telúrico con un grito o rugido desesperado y en ese instante es inevitable el sacrificio de la palabra no por “descuido” sino por imperativo del mismo estado anímico que como el sismo cuando es demasiado intenso, resulta  incontrolable e irresistible para la naturaleza humana.
            Otros en cambio, prefieren sujetare al instinto disciplinado o no de su vocación.  Sujetarse al canto de viva voz o literario, por ejemplo.  Pero, ¿Puede considerarse pecado gritar o cantar en el momento del crecimiento?  El poeta Osty lo duda (si peco / sea el agobio de la noche mi penitencia).
            Por su puesto, aquí se observa claramente, que es la noche inmediatamente después que ha  impresionado en su retina el fenómeno vesperal, cuando más se agobia o lo angustia las inquietudes del arcano y eso para el poeta equivale a una penitencia carcelaria que lo trasmonta y lo expone al riesgo del azar (siento un acopio de lejanía / me expongo a los riesgos / del azar /  dejo a disposición mi fecha).
            El estado de surmenage por más voluntad de hormigón que tenga, es inevitable y va al  encuentro de su carta de natalidad que  lo fija en escorpio como un parto improvisado, un accidente, pero fecundo en cuanto a producto aislado de su genomapa que lo convierte en una verdad, en una realidad, donde sólo él es su propio rival, es decir, él siente que es lo qué no pudo ser como tal vez estuvo pautado.  Y se burla del tiempo como un “exiguo tic tac”  del cual se ha desprendido hasta sentirse volátil sobre los prejuicios, lejano y sobreviviente.  Un sobreviviente capaz de escuchar “el paso de las nubes asido al galope de la noche, invicto amo de los trasnochados”.
            Y en ese estado de sumernage asciende, desciende, fluctúa “desde la nada al abismo, desde la forma hasta la tormenta del mundo” y afirma que  volverá  a su origen cuando parta “hacia el misterio”.  Entonces será otro día, sin solemnidades que no aspira, sólo un canto tenue, un haz de luz que lo despida “del mundo, de su vanidad” pues le vasta ser expresión disidente.
            El título “A golpe seco” nada tiene que ver con el contenido literal del poemario de Pedro Osty, publicado por la Dirección de Cultura.  Tal vez sí con la personalidad asumida para afrontar las inextricables complejidades existenciales que lo angustian o golpean secamente

jueves, 13 de diciembre de 2012

HEXAGRAMAS DEL VERTIGO / Néstor Rojas

            “Hexagramas del Vértigo” es el título del poemario de Néstor Rojas, premio de poesía 1994 de la Bienal del Ateneo Casa de la Cultura “Simón Rodríguez” de El Tigre, editado por el Fondo Editorial Miguel Otero Silba, bajo los auspicios del Conac.
            Son treinta y nueve poemas o el doble si sumamos a cada poema de seis versos lo que parece, al lado de cada uno, en letra cursiva, otro poema individual.  Puede el lector fácilmente separarlos sin que se altere su coherencia poética,, tampoco el ritmo ni la unidad temática.  Todo el poemario gira sobre el erotismo dentro de los contornos de un deseo carnal de vértigos o locuras, dónde sólo son testigos el cielo, el trueno y la montaña.
            El poeta se experimenta en un mundo anteriormente poblado, donde de repente sólo queda él y ella, una morena tropicalmente ardorosa (se fueron todos /no hay nada /  casas quedaron vacías / ni una flor en la mesa/ Solos quedamos / sólo tú y yo en esta tierra).
            Un cielo cargado de nubes acecha a la pareja cubierta por el viento y el resplandor de la luna.  Luego el cielo baja por las nubes hacia la montaña mientras las hojas se retiran siguiendo el rastro del hombre  y los animales en ausencia.  Entretanto, ellos son carbón encendido y confundido, atizado por la espera larga hasta el límite del desespero.  El velo  que la cubre ha quedado incinerado bajo el fulgor estallante, mientras el bauprés como una espiga se estremece.
            El fuego de la posesión quema la hierba y la incandescencia  supera los bordes del empíreo.  Ella piensa  en la muerte  y él la cabalga como un avestruz que al final promete hundir la cabeza hasta que pase el peligro.
            A esta altura el poeta se encuentra entre montañas  anegadas, en un desfiladero,  dispuesto como Leónidas a morir en las Termópilas o devorado por una endémica flor carnívora tepuyana.  Los truenos fluyen y parecen avivar más la llama del fuego bajo la piel. Ella  gira y vuelve a girar hasta que muerde el vacío del desmayo interminable.   El cielo en duro enfrentamiento se sobrepone al agua que desciende como “luz de ángel caído”.  Todo se ha trastornado, ahora es la tierra que se estremece con ruidos de volcanes y no hay otro refugio que la carne quemante y el cielo de la lengua que lo traga.
            La lluvia ha cesado y las aguas se han estancado sobre la montaña.  Sin embargo, no hay reposo.  Hay viento, hay  marea alta que impulsa la navegación hacia el vacío, hacia el centro del universo y es el miedo y es la súplica (No te alejes de mí, no te vayas, sostenme, no me dejes luna entre hierbas  ilumina el oscuro, mi corazón herido.)
            Y en el centro la tierra arde y el silencio es materia desnuda sobre la cual trota su corazón de caballo.  El trueno vuelve a  ensayar su poder  mientras el deseo lo empuja y el cuerpo se quiebra bajo una tarde salpicada desde lo más alto sin que para nada valga su condición de topo asumida en sueño profundo.  Ya el trueno ha descendido más debajo de la montaña y las fauces dejan escapar su gemido apagado  por el agua sobre el agua, pero inevitable la ansia constrictora que lo impulsa a volar.  Y vuela “con la tierra en los ojos” aprehendido por el deseo de tocar a la luna, pero ella está  inexorablemente como “mariposa traviesa”  aferrada al deseo (hay que aferrarse al deseo y no morir /sostenerse en el aire / florar como si fuera globo).
            Y ello es posible, gracias a su habilidad de auriga del espacio sin embargo, el vértigo  es peremne en el sexagrama del canto que al final lo transforma en zopilote de picada que va despojando la noche: (vuelo, vuelo, tengo que ver la luz dentro de ti) y vuelve a vivir su cuerpo bajo rayos y tormentas (no mires los relámpagos/ deja que los cielos naufraguen / deja que la noche murmure). (AF)

miércoles, 12 de diciembre de 2012

EBRIEDAD DEL DELIRIO / Jean Aristiguieta


PARABOLA HUMANA TRASCENDIDA
Jean Aristeguieta desde la adoles­cencia consagrada por ímpetu fer­viente a la poesía, «al culto de las Musas» como se decía en los cánones románticos. Ella misma se ha refle­jado como una romántica surrealista o viceversa.
Exploradora de los enigmas, filo­nes, de la actividad poética, ha resi­dido siempre en los montes de la vida donde todo se da —hasta la consumación— por la fe visionaria.
En la dilatada extensión de su obra creadora Jean Aristeguieta ha llegado al punto en que necesitaba hacer una «Antología» en la cual ella misma fuera juez y parte. Porque nadie en poesía como quien la oficia, para calibrar, comprender y abarcar las vertientes de ese amoroso esfuer­zo permanente. Esta idea llegó al punto en que la interrogante del planteamiento por las estancias ima­ginativas —pues este ejercicio es de orden emblemático—, necesitó y as­piró situarse en el ámbito de la auto­determinación: debe ser el poeta quien a lo largo de todos los ciclos asuma la responsabilidad de reali­zar la escogencia de su labor.

Desde hace tiempo a Jean Ariste­guieta le ha obsesionado el dilema de que su fe consciente, su religión en —por— para la poesía fuera a quedar a mercad de otros criterios en el instante de cumplir un trabajo catalogador de la obra hecha. Así pues, con auténtica plenitud asumi­da por su propio discernimiento ha acometido el presente empeño de imprimir lo que ella considera níti­damente su legado hasta este año de 1979. Es un memorial abierto frente a la vigilancia del daimon sacrali­zado, intuición e intelección, ante cuyo fondo, otros textos publicados que no estén insertados aquí, deben considerarse ilegítimos, por deseo implícito y explícito de Jean Miste­guieta.
Está ante su convicción y derecho indeclinables. En la hora de todas las responsabilidades, ilusiones, nos­talgias, está inmersa en la «ebriedad del delirio». Allí, desde esa pulsación identificada con su voluntad, debe recibirse este libro que compendia el espiritualismo de su realidad.
No solamente tacha, olvida, deja a un lado, las demás composiciones que no aparecen en esta edición, sino que las da por totalmente clausura­das. En consecuencia, ruega atender esta posición estética cuyo símbolo es su propia existencia consagrada al fuego del misterio poético. Como una digna parábola humana, tras­cendida.
Para el futuro que Dios quiera, queda su «libro inacabable», ya que su entrega al quehacer poético fun­ciona entrañablemente.
EDICIONES RONDA

martes, 11 de diciembre de 2012

Poesías, un libro de Iris Aristeguieta

Guayana es un nombre mágico, evoca leyendas ricas y dramáticas. Sugiere en la mente de los viajeros mil planes para realizar.  A la par del frenesí económico e industrial, se prepara para el movimiento cultural y social y la conjunción total de estos valores nos dará la imagen anhelada.
Y así como los proyectos de industrialización andan de boca en boca, así también un nombre .de poeta joven corre en los círculos artísticos del Estado y la Nación. En nuestras manos poemas de Iris Elena Aristeguieta nos llevan de nuevo a una misión casi olvidada: el comentario estético. Vamos a referirnos al mundo poético de Iris Elena, poesía en donde las imágenes son sacadas del mundo que les rodea y su primer acierto: "pero aquí sobre este río jinetean las míseras barcas que ostentan en su velamen cicatrices mal cosidas". El Orinoco será en  todo momento su más fuerte estímulo. Ella nació y siguió contemplando en las largas tardes crepusculares, cómo las atarrayas rasgaban el aire en busca de quietudes finita y por eso dice: "mis manos abstraídas lancen redes a las horas que circundan".
Esto en cuanto al mundo sensorial de la poesía de Iris Elena, que la coloca dentro de una tendencia nacionalista. Pero no se queda allí esta poesía. El mundo emotivo de Iris oscila entre una suave intimidad y ansia universalista. Ese intimismo poético la lleva a expresiones como: "me está durmiendo el recuerdo en las cuencas de mis ojos y tú en l paisaje a creyón.
Mujer de su tiempo se angustia ante la posibilidad de una destrucción total y con voz de dulce protesta  exclama: "no hay tiempo para los sueños ni tiempo para los goces", su sensibilidad social irrumpe contra "las dudas" y "los engaños", contra "las noches en ruinas" y "los escombros de voz" y por eso dice que ni ella ni nadie "puede amar el silencio que carcome
Las entrañas".
Hay también todo un mundo de emociones amorosas en toda la poesía de Iris Elena; ella sigue ver­tiginosamente el camino de las grandes poetisas del Sur. El mundo amoroso de Iris va desde "el manojo de besos que la circundan" hasta las más fuertes pasiones, como: "El insomnio del amado en sus ojos para que con su vigilia salvaje atraviese sus puntas”-
Su poesía en veces recuerda la lírica griega pasional en otras parece el arpa nacional que gime y palpita cuando los dedos del amado pulsan su universo genial e inigualable.

Profesor José Simón Escalona

Ciudad Bolívar 1959

viernes, 30 de noviembre de 2012

La voz del pájaro

Esperando a Franco con mi cara de luna. Ondina  dedica su poemario  (La voz del Pájaro, ediciones Al Sur, 1997) “al pájaro que habita en nosotros”. En todos nosotros habita un pájaro.  Es el mismo que vemos cautivo en la jaula de la casa,  en el ramaje de los árboles o surcando el espacio.  El pájaro podría ser el símil perfecto del alma que en alas de la imaginación es capaz de volar hacia planos infinitos, irreales, o cosmogónicamente posibles.  Sentirse pájaro, es una manera de  trascender hacia lo imposible.  Para Ondina es “la única trascendencia” de la que se es capaz  “la trascendencia del viajero y el pájaro”.
Es un viaje fluido, sin lastre ni carga corriente que retarde la navegación.  El pájaro, su pájaro, la orienta, la conduce  (El pájaro lleva al viajero y el viajero al pájaro).  Pero ese pájaro que el viajero lleva consigo puede, en un momento inesperado o circunstancial, perder el ritmo de la existencia y nada tan desconsolador que un pájaro extraviado, perdido en la tersura del plumaje.  Entonces sentimos que el pájaro nos mira “atado a las quebradas alas de la tristeza / agónico / implorando / ráfaga azul / pájaro confundido en el confín estático / Cautivo espejo de la noche / que llora desde mi / y abriga con sublime silencio”.
Comienza el drama al contemplar al pájaro agónico con su mirada aguda tratando de aprehender nuestras “palabras aletargadas” que son  como rosas, pero “rosas que hieren”.  Quien más se identifica con él, prefiere callar (oculto la lengua / en la esfera simétrica) porque como dice Hemi Corbin, en sus  dos versos que sirven de exordio “y los pájaros al desprenderse como hojas / cortan la cabeza del cazador en la noche” .  Vale decir, decapitan toda posibilidad de trascendencia y el cazador se queda espiritualmente invalidado para ver más allá desde su posición utilitaria.
El Pájaro, agónico, muerto, vivo o redivivo, siempre estará  en la cima  “acechando la transparencia / oculta en la idea”  porque el pájaro, símil del alma del ser humano, que se posa, vuela trasmonta,  canta y padece los ajustes o cambios bruscos de la Naturaleza, puede hacernos aguzar el sentido de percepción en la solución de ese rompe cabeza de la  máscara que mejor, muchas veces, es preferible no descifrar.  Como panacea de la apariencia engañosa está  la noche  “la noche /guarda sus espejos en mis ojos” y mientras va pasando el imperecedero que es el tiempo, cuelga sus relojes y sus espejos.      Pero ese pájaro, cautivo entre nosotros, que  soltamos y que regresa, a veces se vuelve volariego, y su dueño que poseso nunca podrá desprenderse de él, va a buscarlo “en las tardes blancas / detrás de los árboles” donde preferimos muchas veces que esté  aunque  palidezcamos a la sombra del día.
Para Ondina el pájaro es su mejor consuelo, su más tierno y dulce aliciente, frente a un  tiempo que siempre está allí amenazante ¿sin pasar? (sumergidos en el tiempo / inmortal / los que pasamos somos nosotros)  (y mientras escribo / el tiempo pasa veloz / sin que lo vea).
En todo caso, quien pasa es la noche y se lleva un pedazo de nosotros hacia la nada (No sé qué hacer con la noche / para que no se  extinga  / y se lleve un pedazo de mí / hacia la nada). Y aunque la madrugada es la vida que despierta, no habrá alternativa de resguardo contra “los un mil escorpiones / debajo de mis pies”.
Esa “vana palabra de los hombres” que le sirve de coraza a su verdadera esencia  “oculta bajo la voz del pájaro asomado en las tardes”.  Y es que el hombre ¿puede dejar de sucumbir ante el  canto de un pájaro asomado por la tarde cuando el crepúsculo encendido invita hacia la eternidad del pensamiento? Ondina toma el loto como símbolo peremne de su existencia para tratar de no caer en esas debilidades que domina al hombre de nuestros días.  Su poemario muy límpido, con buen manejo del lenguaje, resalta por la unidad de su temática, perceptible fluidez, armonía, y contenido filosófico. (AF)