viernes, 30 de noviembre de 2012

La voz del pájaro

Esperando a Franco con mi cara de luna. Ondina  dedica su poemario  (La voz del Pájaro, ediciones Al Sur, 1997) “al pájaro que habita en nosotros”. En todos nosotros habita un pájaro.  Es el mismo que vemos cautivo en la jaula de la casa,  en el ramaje de los árboles o surcando el espacio.  El pájaro podría ser el símil perfecto del alma que en alas de la imaginación es capaz de volar hacia planos infinitos, irreales, o cosmogónicamente posibles.  Sentirse pájaro, es una manera de  trascender hacia lo imposible.  Para Ondina es “la única trascendencia” de la que se es capaz  “la trascendencia del viajero y el pájaro”.
Es un viaje fluido, sin lastre ni carga corriente que retarde la navegación.  El pájaro, su pájaro, la orienta, la conduce  (El pájaro lleva al viajero y el viajero al pájaro).  Pero ese pájaro que el viajero lleva consigo puede, en un momento inesperado o circunstancial, perder el ritmo de la existencia y nada tan desconsolador que un pájaro extraviado, perdido en la tersura del plumaje.  Entonces sentimos que el pájaro nos mira “atado a las quebradas alas de la tristeza / agónico / implorando / ráfaga azul / pájaro confundido en el confín estático / Cautivo espejo de la noche / que llora desde mi / y abriga con sublime silencio”.
Comienza el drama al contemplar al pájaro agónico con su mirada aguda tratando de aprehender nuestras “palabras aletargadas” que son  como rosas, pero “rosas que hieren”.  Quien más se identifica con él, prefiere callar (oculto la lengua / en la esfera simétrica) porque como dice Hemi Corbin, en sus  dos versos que sirven de exordio “y los pájaros al desprenderse como hojas / cortan la cabeza del cazador en la noche” .  Vale decir, decapitan toda posibilidad de trascendencia y el cazador se queda espiritualmente invalidado para ver más allá desde su posición utilitaria.
El Pájaro, agónico, muerto, vivo o redivivo, siempre estará  en la cima  “acechando la transparencia / oculta en la idea”  porque el pájaro, símil del alma del ser humano, que se posa, vuela trasmonta,  canta y padece los ajustes o cambios bruscos de la Naturaleza, puede hacernos aguzar el sentido de percepción en la solución de ese rompe cabeza de la  máscara que mejor, muchas veces, es preferible no descifrar.  Como panacea de la apariencia engañosa está  la noche  “la noche /guarda sus espejos en mis ojos” y mientras va pasando el imperecedero que es el tiempo, cuelga sus relojes y sus espejos.      Pero ese pájaro, cautivo entre nosotros, que  soltamos y que regresa, a veces se vuelve volariego, y su dueño que poseso nunca podrá desprenderse de él, va a buscarlo “en las tardes blancas / detrás de los árboles” donde preferimos muchas veces que esté  aunque  palidezcamos a la sombra del día.
Para Ondina el pájaro es su mejor consuelo, su más tierno y dulce aliciente, frente a un  tiempo que siempre está allí amenazante ¿sin pasar? (sumergidos en el tiempo / inmortal / los que pasamos somos nosotros)  (y mientras escribo / el tiempo pasa veloz / sin que lo vea).
En todo caso, quien pasa es la noche y se lleva un pedazo de nosotros hacia la nada (No sé qué hacer con la noche / para que no se  extinga  / y se lleve un pedazo de mí / hacia la nada). Y aunque la madrugada es la vida que despierta, no habrá alternativa de resguardo contra “los un mil escorpiones / debajo de mis pies”.
Esa “vana palabra de los hombres” que le sirve de coraza a su verdadera esencia  “oculta bajo la voz del pájaro asomado en las tardes”.  Y es que el hombre ¿puede dejar de sucumbir ante el  canto de un pájaro asomado por la tarde cuando el crepúsculo encendido invita hacia la eternidad del pensamiento? Ondina toma el loto como símbolo peremne de su existencia para tratar de no caer en esas debilidades que domina al hombre de nuestros días.  Su poemario muy límpido, con buen manejo del lenguaje, resalta por la unidad de su temática, perceptible fluidez, armonía, y contenido filosófico. (AF)

           
             

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