Luz Machado nos entrega su vigésimo cuarto libro (libro del abuelazgo), editado por “Pen Club de Venezuela” que dirige José Ramón Medina, en su “Colección Plural de Poesía” bajo los auspicios del Conac.
Poesía diversa, pero en un sólo tono: el proceso de la ultimidad que a través de lo poético va registrando la memoria. La aparición de los hijos, y de los hijos de los hijos que consolidan el abuelazgo en una marcha sin regreso. La memoria abre cominos nostálgicos azuzada por abrojos en un laberinto de dudas que no logra despejar la reflexión. Los momentos son imprevistos. La poeta se detiene o hay algo que la detiene en cualquier instante, rompiendo la monotonía con disgresiones circunstanciales. De allí la frase preliminar de Ortega y Gasset, al comienzo: “Preferimos sobre a tierra una indócil diversidad a una monótona coincidencia”.
Está integrado el “libro del abuelazgo” por cinco conjuntos de poemas: De buena fe, El anillo sucesivo, En alta noche, Todos los días del Sol y Metal bruñido.
En el primero, la poeta empieza a ubicar la casa donde nació un día de eclipse junto al río, sin vanidad ni orgullo, pero marcada por la poesía. Luego va saltando en el tiempo de su escritura y devolviéndose para proseguir de nuevo en un intento por darle continuidad a tantas cosas vistas y vividas. La memoria es un gran recurso para vivir lo vivido, y lo vivido por más divertido que haya sido, siempre será nostálgico. Por ello, la memoria tiene allí en el libro un canto triste cuando se da cuenta que todo ha envejesido, incluso el clásico óleo ingenuo que congela la rigurosa estampa de otros tiempos dominados por los rigurosos ritos de la iglesia, no importa que el río siempre esté allí, poco vale que sea marzo o febrero. Agazapado y felino, podrá discurrir sin sentire desde el balcón de las doce ventanas.
Y aunque se halla inventado el bronce al aire libre, el tiempo no perdonará porque previamente se ha cuidado de tallarnos en la propia piel y “mientras el tiempo nos viste imperiosos / Nada hay que no pueda hacerse/ después del olvido/ Aunque falte el pan con el saludo/del rostro en la mañana/ y la mujer despierte entre pinceles/ y tazas y destinos”.
Regresar, doblegar el tiempo? Imposible. Sólo el alma es capaz de sostenernos “como un Dios cultivado el propio cuerpo”. Y la soledad es inevitable. Por eso la poeta no busca compañía porque de todas maneras ésta “llegará con sus pañuelos rosados de cuarzo/ y hontanares de granito azul”.
El segundo conjunto de poemas “Los anillos sucesivos”, empieza por un reproche al Río “testigo ciego de tantas muertes”, dedicado a su hija Nora; Amanecer de pájaros, a su hija Luz. A Jeannette, el “vuelo de las golondrinas”; a Mariela, “alero al aire”, a Gonzalo, su único hijo varón, “Espuelas nuevas”; y a Dulce, “gatos bordados”.
El tercero “En alta noche” son siete poemas, donde siempre está presente la figura inevitable de la muerte asediando después de la mesa alegre o del rito de la catedral donde la música de s hermana emerge inconfundible por los junco irreales del armonio buscando imposibles espacios a través de los vitrales, hasta que se lleva a su madre, al asceta de su padre, a Tiulin Tiulin, su tía Elina.
Concluye con “Todos los días del Sol”, su entrada al abuelazgo que se inicia con Max Alberto y quien le abre la puerta del otoño. Luego viene una constelación frente a la cual se siente como un espejo roto. Continúan los bisnietos. Entonces la poeta siente de veras que le corre el tiempo “como el hilo de la media/ incontenible/ Hacer/ para dejar de hacer/ me pinta en blanco finísimo/ otra hebra gris sobre las sienes/ Quien pudiete/ tejerse el ánimo de cada día/ sin signaturas ni adversidad/ solo para reconocer/ enteros/ vivos/ camino y desmayo/”.
Américo Fernández
Acápite: La poeta Luz Machado vino expresamente de Caracas para presentar “el libro del abuelazgo” en la tertulia literaria de un miércoles, abierta al público, 4 de febrero, en la sede de la AEV , Casa de la Poesía.