Para fines del siglo diecinueve existía en Guayana un movimiento
cultural e intelectual, no reducido a Ciudad Bolívar, sino que abarcaba a Upata
donde Anita Acevedo Castro editaba “El Alba”; El Callao, con una Washington
Press en la que el general Celestino Peraza editaba “Horizontes”; “El
Cuarzo” y “Ecos del Yuruary”; Tumeremo, donde el poeta
Matías Carrasco editaba “La Campaña” y Guasipati donde el general Ángel Olmeda
editaba “El Liberal” y “Correo del Yuruary”. Esto podía ocurrir por el modelo
de producción semifeudal de la región que daba importancia a cada enclave
fundamentalmente ganadero aunque también existía la explotación del oro, la
madera y otros productos silvestres.
Como los hacendados se esmeraban en la educación de sus hijos en las mejores
escuelas del exterior, éstos a su regreso trataban de verter a la comunidad
cuanto aprendían, de suerte que en cada hato de la Guayana adentro era factible
hallar una buena colección de libros y tropezar con miembros de la familia hablando varios
idiomas y bien enterados de la cultura anglosajona y latina.
Por eso es explicable que Leonardo
Valentín Cabrera haya salido del Hato Guarán de Tumeremo a casarse en París
con Ana Nier y que en el mismo París
haya estudiado graduándose de ingeniero industrial el hijo homólogo de esta
pareja, Valentín Cabrera Nier, el
padre de Horacio Cabrera Sifontes.
La madre de Horacio era Mercedes
Sifontes, hija del General Domingo
Antonio Sifontes.
Domingo
Antonio Sifontes era llanero a carta cabal, pero
excepcional en cuanto a que poseía una educación humanística. Sabía dominar un
toro y educar un caballo por más salvaje que fuera. Hombre de honor y de
palabra, organizador y de un espíritu revolucionario que lo llevó a participar
en movimientos subversivos locales con el título de General.
Pero como decía su propio nieto, no era de esos generales “macheteros”
sino un hombre de buen nivel cultural que ejecutaba el violín y disfrutaba de
una excelente biblioteca.
Con un prestigio bien cimentado en la región del Yuruary que
incomodaba tanto a Gobernadores del territorio como al mismo Guzmán Blanco
interesados de alguna manera en el negocio de las minas de El Callao que tan
hábilmente manejaba su amigo don Antonio Liccioni, el general Sifontes se desenvolvía
con soltura en esos tres puntales de la economía del Yuruary como eran Tumeremo
con su actividad agropecuaria, El Callao con su producción aurífera y el
ingenio azucarero de Las Nieves.
Era Sifontes descendiente de una familia que vino de Santa Cruz de
Tenerife y se asentó en Aragua de Barcelona donde inició trabajos agropecuarios
que luego trasladó por los avatares de la guerra de Independencia a lo profundo
de la Guayana.
Manuel
Antonio Sifontes, padre de Domingo Sifontes, se
instaló en Tumeremo en tierras arrendadas que más tarde, en 1883, haría propias
mediante la compra a don Antonio Luccioni.
Eran dos leguas, parte de las cuales destinó al Hato “La Carata” y el
resto a los ejidos de Tumeremo.
El General Domingo Sifontes era casado con Eufemia Cabrera y de la
unión nacieron en “El Carata” y en “Buen Retiro” seis hijos: dos varones y
cuatro hembras, entre ellas, Mercedes Sifontes, casada con Valentín Cabreras
Nier, padres de Horacio Cabrera Sifontes, nacido en Tumeremo en 1910 y educado
en la Isla de Trinidad, luego de ser apadrinado por el historiador Bartolomé
Tavera Acosta.
Horacio nació específicamente en una casa grande de estilo colonial
del Hato La Carata. Y su infancia hasta
que se fue a estudiar a Las Antillas, donde aprendió el inglés y el francés,
transcurrió entre Tumeremo y la Hacienda Las Nieves, al pie del cerro de Nuria
donde funcionaba el ingenio azucarero de su padre Valentín Cabrera Nier.
Desde temprana edad, Horacio Cabrera Sifontes se sintió atraído por la
política y admiraba a los revolucionarios antigomecistas, pues su familia era
perseguida desde los tiempos del Mocho Hernández por estar siempre metida en
empresas revolucionarias.
Un día, se embarcó en uno de
los barcos que desde Ciudad Bolívar navegaban hasta el Lago de Maracaibo y
estuvo un tiempo internado en la montaña zuliana, donde nació su hija
Estela. Luego quiso normalizar su vida
en Caracas, pero picado siempre del prurito revolucionario.
En Caracas comenzó a trabajaba en el diario “El Heraldo” como
traductor de cables noticiosos del inglés y francés al castellano. En El
Heraldo y también en “La Esfera” y en la New York Bermúdez Company. Horacio
Cabrera Sifontes trabajaba, se ganaba la vida normalmente hasta que le dio por
meterse en una conspiración contra Gómez denominada “Dancing del Hipódromo” para salir del sistema de
gobierno imperante.
A pesar de que Gómez había liquidado el caudillismo existía una
constante conspiración soterrada que a partir de 1928 se fue poniendo de
manifiesto en las calles con los universitarios. La oposición de los
estudiantes a la autocracia que se había iniciado en la época de Guzmán Blanco,
renació durante la dictadura gomecista y la Universidad Central fue cerrada
durante once años.
La conspiración o complot fracasó por delación. Una señora de la casa
donde se realizaban las reuniones, relató a funcionarios del Gobierno todo cuanto
había oído en las sesiones, hasta la señal que era un disparo para que la gente
que se iba a ubicar en la Plaza Bolívar manifestara y tomara el Nuevo Diario
que era el periódico oficialista. Cabrera Sifontes según nos confesó durante
una entrevista, se había metido de lleno no sólo por convicción democrática,
sino porque su familia vivió siempre hostigada por el gomecismo que mandó a
quemar sus propiedades.
Fracasado el complot lo
hicieron preso sorpresivamente frente al Nuevo Diario y de allí lo llevaron a
La Rotunda donde pasó cuatro años cargado de grillos, desde 1931 hasta el 6 de
diciembre de 1934, en un calabozo llamado “El Olvido”. Los políticos se
distinguían de los delincuentes porque tenían grillos.
Como los grillos de
Horacio eran grandes encontró la manera de quitárselos, pero un guardia lo
descubrió y entonces intentaron colocarle otros que le habían quitado a un
preso tras cortarle el tobillo. Horacio protesté y le colocaron otros, aunque
más pesados, de barra larga, no obstante le permitía abrir un poco más las
piernas.
Eran 36 los presos políticos respirando un aire viciado, haciendo las
necesidades fisiológicas dentro del mismo calabozo a la vista de los propios
compañeros y en una lata de kerosén. Aquello era torturante, según confesara
más tarde, pero más torturante todavía era la humedad y el frío nocturnos
calándose por los huesos en la Caracas de aquella época y aquellos grillos que
parecían más fríos todavía como pelotas de hielo seco.
Un día cualquiera en la Rotuinda transcurría como el día en cualquier
prisión, sin nada que hacer, lánguidos y ociosos; sin embargo entre los jóvenes
políticos presos se encontraban intelectuales de la calidad de Juan Bautista
Fuenmayor, Mariano Fortuol, Fernando Key y otros que formamos un círculo de
estudios a pesar de que no les dejaban pasar papel ni lápiz.
Don Horacio salió de La Rotunda el 6 de diciembre de 1934. El Dictador los embarcó en El Flandre. Fueron
cinco los primeros en abandonar La Rotunda: Horacio Cabrera, Kotepa Delgado,
Fernando Key, Raúl Osorio y José Antonio Mayobre. Salieron exiliados hacia
Trinidad por el puerto de La Guaira.
Su llegada a
Trinidad fue detectada por Miguel Otero Silva. Desde lejos el escritor veía que
un grupo de recién llegados caminaba raro: los recién llegados habían perdido
el centro de gravedad por llevar los pesados grillos tanto tiempo. Caminaban tirados hacia delante.
Cabrera Sifontes no volvería a Venezuela sino después de la muerte de
Gómez ocurrida el 17 de diciembre de 1935, cuando de nuevo se incorporó a la
lucha cívica por la liquidación del gomecismo y ello le valió ser afectado por
las medidas represivas del gobierno que culminaron con el decreto de 13 de
marzo de 1937. Entonces se radicó en
Bogotá y editó en esa capital una colección de relatos de la selva guayanesa
con el título de “Caraamacate”
Posteriormente se trasladó a California y allí estudió ingeniería de
sonido e intervino en la producción del filme venezolano “Joropo”. A partir de 1940 se vinculó al Maestro Rómulo
Gallegos, le acompañó en sus exploraciones cinematográficas por Estados Unidos
y escribió una adaptación fílmica de Doña Bárbara
No pensaba volver a Venezuela. Comenzaba a echar raíces en los Estados
Unidos cuando en tiempos de Isaías Medina Angarita una circunstancia lo
devolvió de nuevo a su patria. El gobierno norteamericano lo obligaba a enrolarme en el ejército. Se
negué alegando que era un exiliado político. Consultaron al gobierno venezolano
y un telegrama de respuesta firmado por Arturo Uslar Pietri, Ministro de
Relaciones Interiores, en el Gobierno de Isaías Medina Angarita, decía: “Venezuela no tiene presos políticos ni
políticos expulsados”. De manera que
Horacio Cabrera Sifontes se regresó.
Una vez en Venezuela y
dada su amistad con Rómulo Gallegos, estuvo a punto de seguir de lleno en la
política, pero se daba cuanta que los dirigentes que estuvieron presos en un
mismo calabozo y quienes sufrieron exilios estaban divididos y eso lo
decepcionó tanto que se dijo “mi puesto
no está en ningún partido sino en el campo” y se vino para Guayana.
En Guayana de nuevo se
dedicó a las faenas del campo y a participar en las fiestas de Coleo, deporte
que le apasionaba. Así lo vemos en 1946
coleando a beneficio de la Cruz Rojas, en una manga improvisada en el
Hipódromo, frente a las “Quince Letras” junto con Rafael Pulgar, Carlos
Palazzi, Antonio Bello Vásquez, Alejandro Álvarez, Alberto Liccioni, Ovidio
Olivieri, Jesús Lezama, Tomás Guerrero, Blas Jesús Palermo, Del Valle Silva y Ramón
Isidro Pulgar. Fundó el Club de
Coleadores, trajo de Estados Unidos una importación de caballos “cuartos de
milla” y una Manga de coleo fue levantada en los terrenos donde posteriormente
se construyó el Estadio Polideportivo Heres.
En febrero de 1949 por
condescendencia aceptó del Gobernador José Barceló Vidal, la vocalía de la
Junta de Administración Municipal de Heres en sustitución de Arístides Castro.
Dedicado de lleno al fomento agropecuario, llegó a ser Presidente de la
Asociación de Ganaderos, sustituido en octubre de 1954 por Luis Alfredo Silva
Zabala. Estando de lleno metido en la
ganadería fomentando y vendiendo hatos, vino el 23 de Enero de 1958 y la
restauración de la democracia con la caída del General Marcos Pérez Jiménez, llegando a ser
Gobernador del Estado Bolívar.
El hecho de que fuera Gobernador después de la caída de Pérez
Jiménez fue casi una equivocación, lo obligó a ello su amistad con el
empresario Eugenio Mendoza, miembro de
la Junta cívico-militar de Gobierno Se resistió, según me contó, hasta que Mendoza
insistió y le dijo “vas a tener plena libertad, tú eres un elemento de plena confianza y
vas a escoger el equipo que tú creas necesario”
Y don Horacio se hizo Gobernador
Y don Horacio Cabrera
Sifontes se hizo Gobernador del Estado Bolívar a parir del 27 de enero de 1958 cuando fue
designado. Tomó posesión tres días
después en medio de la euforia política de los partidos del Pacto de Punto Fijo
y de grandes y ansiosas expectativas populares.
Lo acompañaron en el
gobierno el doctor Alberto Palazzi, en calidad de Secretario General; Tesorero
J. M. Sucre Ruiz; Director de Obras Públicas, ingeniero Gabriel Angarita
Trujillo; Educación, Br. Alfonso Zurbarán; Política, Alejandro Reyes Flores y
Prefecto del distrito capital, Carlos Palazzi.
Un
día antes de posesionarse, el Comandante de la Guarnición había disuelto los
Concejos Municipales que el 16 de diciembre de 1957 y conforme a los artículos
5 y 6 de la Ley de Elecciones, hubo nombrado el Congreso Nacional para el
Estado Bolívar.
Tomando
en cuenta esta decisión HCS designó nuevos concejos quedando el del Distrito
Heres conformado por el Dr. J. M. Gómez Rengel, Arnaldo Piñango, Pedro Vicente
Guevara, José Totesaut y Luis Granati. Este Concejo Municipal, reconocido por
el nuevo Gobernador, se instaló el 3 de febrero bajo la Presidencia del Dr. J.
M. Gómez Rengel, acompañado en la Directiva por Pedro Vicente Guevara y José A.
Totesaut, en calidad de Vicepresidentes, Secretario, Lorenzo Vargas Mendoza.
La
campaña a favor de la construcción de un Puente sorbe el Orinoco iniciada por
el Concejo Municipal de 1949 se reanudó cuando el 14 de febrero la Cámara de
Comercio, presidida por Natalio Valery, se dirigió a la Junta de Gobierno
planteándole la necesidad de una comunicación estable entre Guayana y el resto
de Venezuela a través de un Puente sobre el Orinoco, obra que había recibido el
respaldo unánime en la XII Asamblea Anual
(1956) de Fedecámara.
El
Gobernador Horacio Cabrera Sifontes creyó que el asunto del puente estaba
suficientemente ambientado y que la oportunidad política era propicia para
tomar al respecto una decisión trascendental, como en efecto la tomó retando
los inconvenientes que se veían sobrevenir.
El
3 de agosto dictó un Decreto Nº 269 disponiendo la construcción del Puente
sobre el Orinoco, entre Ciudad Bolívar y Soledad, con base central sobre la
Isla El Degredo. El mismo disponía otorgar la concesión por decreto separado.
El
acto de la firma del Decreto, para el cual fue invitado el Gobernador de
Anzoátegui, Dr. Alí Montilla y los Presidentes de los Concejos Municipales de
Soledad y Ciudad Bolívar, tuvo lugar en el Mirador Angostura y contó con la
presencia masiva de los citadinos y de la Junta Patriótica que entonces
presidía a nivel local el Dr. Domingo Alvarez Rodríguez y a nivel nacional, el
periodista Fabricio Ojeda. En esta Junta, defensora de la democracia y la cual
funcionaba desde la clandestinidad, agrupaba a todos los partidos democráticos.
Pero
surgió un impasse porque el Ejecutivo Regional fue desautorizado por el
Gobierno Nacional dado que la decisión de construir el Puente se había tomado
ignorado al Ministerio de Obras Públicas y al Colegio de Ingenieros, entes que
se consideraban con la facultad legal de revisar y autorizar previamente el
proyecto y planos de esta obra para cuya ejecución, se había comprometido la
empresa alemana Demag en condiciones que exoneraban al Estado de la inversión.
La
Compañía alemana DEMAG se comprometía a construir el Puente sobre el Orinoco a
un costo de 52 millones de bolívares, pagadero por el sistema de peaje; 80 %
para la Compañía y el 20 % restante para las Municipalidades.
El
impasse hizo crisis hasta el punto de llegar el Gobernador a presentar su
renuncia. Una renuncia que en la práctica la Junta de Gobierno impidió se
materializara dándole a Horacio Cabrera Sifontes el aliento de seguir adelante
con el proyecto, tal vez, a sabiendas, de que era agosto y faltaban menos de
cinco meses para el advenimiento de un nuevo Gobierno. El nuevo Gobierno tomó
decisiones diametralmente opuestas en cuando a condiciones, costos, tipo de
obra, empresa y lugar de construcción.
Durante
la gestión de Cabrera Sifontes la Junta de Gobierno decretó la realización de Grupos
Escolares con capacidad para 600 alumnos, en Caicara, Guasipati y Ciudad Bolívar;
de 400 para Tumeremo y Upata; de
300 para Santa Elena y de 200 alumnos para la Urbana. Asimismo decretó la
Universidad de Oriente y el Instituto Venezolano del Hierro y del Acero,
adscrito al Ministerio de Fomento sustituyendo la oficina de Estudios
Especiales de la Presidencia de la República, con el objetivo básico de
impulsar la instalación y la construcción de la Planta Siderúrgica. A raíz de
la creación de ese Instituto, de Presidente de la Junta de Gobierno,
Contralmirante Wolfgan Larrazabal, visitó la Zona del Hierro el 2 de octubre.
El 23 de noviembre lo haría a Ciudad Bolívar, ya no como Presidente sino como
candidato aspirante a la Presidencia constitucional de la República. Entonces
intervino en una gran concentración pública en la Plaza Centurión que rebasó
todos los pronósticos de asistencia. Larrazabal vino por tierra y se presentó a
la tribuna casi a la media noche.
Por
Bula Pontificia del 21 de julio de 1958,
Ciudad Bolívar fue erigida canónicamente en Arquidiócesis y el 25 de octubre
exaltado como Arzobispo Monseñor Juan José Bernal Ortiz, diez días antes de la
coronación del Papa Juan XXIII.
El
7 de diciembre se realizaron en todo el país las elecciones generales, directas
y secretas para elegir Presidente de la República, Legisladores a nivel
nacional y regional, y Concejales. Rómulo Betancourt, candidato presidencial de
Acción Democrática, fue proclamado días después mientras el 15 de diciembre por
la noche, en acto solemne, Jorge Martínez, Presidente de la Junta Electoral
Principal, declaraba electos Senadores a los doctores Raúl Leoni y Jesús Manuel
Siso Martínez, de AD; Diputados, al Dr. Said Moanack y Pedro Miguel Pareles, de
AD y a Domingo Alvarez Rodríguez, de URD.
Asamblea
Legislativa: por AD, Dr. José Luis Machado Luengo, Dr. Pedro Battistini Castro,
Lucas Rafael Alvarez, Daniel Naranjo Díaz, Dr. Gervasio Vera Custodio, José
Jesús López y Dr. Ramón Sambrano Ochoa. Por URD, Américo Fernandez, Pedro
Anastasio Collins Linche y Ramón Rojas Rojas.
A
la Junta Electoral Distrital, presidida por José Vicente Trotta, tocó proclamar
concejales del Distrito Heres a Luis Felipe Pérez Flores, Dr. Roberto Lozano
Villegas, Villegas, Miguel Bilancieri y Dr. Jorge Huncal Ramírez, de AD; José
Francisco Miranda, René Vahlis y Germán González Seguías, de URD.
El
13 de febrero de 1959, Rómulo Betancourt fue juramentado ante el Congreso,
Presidente Constitucional de Venezuela y el 20 designó al doctor Diego Heredia
Hernández, Gobernador del Estado Bolívar.
La
gestión político-administrativo de Horacio Cabrera duró un año y 24 días, lapso durante el cual
decretó además de la construcción del Puente sobre el Orinoco, el Escalafón del
Magisterio, la construcción de la carretera Upata-El Manteco y la creación de
la Escuela de Música “Carlos Afanador Real”. Decretó asimismo duelo por la
muerte de Mario Briceño Iragorri, el 6 de Junio. Mario Briceño Iragorri,
historiador, escritor, y diplomático, fue Gobernador del Estado Bolívar
(1943-45) y estaba recién llegado del exilio cuando falleció en Caracas.
Cuenta don Horacio que cuando vinieron las elecciones el 58 y automáticamente
concluía su gestión vino Sofía Fernández de Lezama a proponerle de parte de
Rómulo que se quedara con ellos un año más y luego lo hizo personalmente
también Raúl Leoni aduciendo que AD no tenía objeciones, que quería que
siguiera en la Gobernación porque lo había hecho muy bien. Entonces cuenta que
le dijo: “Ahora menos me quedo porque
nadie es buen gobernante sino aquel que se muere a tiempo”.
Y no quería Don Horacio
caer en la tentación de arriesgar su imagen buena continuado el juego de la política. Además se
acordaba del poeta Héctor Guillermo Villalobos, quien fue víctima de la pugna
interna de su partido llegando Siso Martínez a ponerle un revólver en el pecho
para que renunciara. Pero el poeta no se acobardó sino que lo desarmó y después
el Ministro Valmore Rodríguez lo llamó y le dijo: “Querido Guillermo, te voy a dar un chance para que renuncies” y
Héctor Guillermo le respondió: “Yo
no renuncio porque yo no lo estoy haciendo bien. Si usted quiere, quíteme” y
lo quitaron.
Después que don Horacio
dejó la Gobernación en manos del urredista Diego Heredia Hernández y dada su
amistad con Jóvito Villalba con quien estuvo preso en La Rotunda, aceptó
ser candidato a Senador como
independiente por el Estado bolívar. De suerte que en las
elecciones del primero de diciembre de 1963 salió electo para el período
constitucional 1964-68, lapso durante el cual jugó papel importante en el
Congreso. Se recuerda como hecho
sobresaliente su discurso en el debate en torno al tema de la reclamación de la
Guayana Esequiba. Dos años después, ya concluido su período en el Senado y en
base a lo dicho en ese discurso escribió el libro
La Guayana
Esequiba
Denunciándola como una
operación que costó tres millones de libras.
En él HCS analiza y comenta
importantes documentos existentes sobre los derechos de Venezuela al lindero
del Esequibo y pone en evidencia que el título británico de propiedad de
tierras emana de los holandeses a quienes España dio territorio del lado
oriental del río Esequibo y cuyo punto más cercano de ocupación era Kykoveral.
“Fue
una compra de territorio que ha debido mostrar linderos –afirma el ex senador-,
pero como las intenciones eran de expansión en detrimento de otros, prefirieron
los ingleses dejar sin perfeccionar la operación de compra-venta”.
Según
el libro, el precio por el cual se compró la zona de los ríos Demerara, Berbee
y Esequibo, fue de tres millones de libras y el dinero tenía que ser usado para
construir en Holanda unas defensas que interesarían a Inglaterra dentro de un
pacto de alianza militar que comprendía el arreglo.
El
libro redactado y editado por Cabrera Sifontes consta de 40 páginas repartidas
en 13 capítulos, bibliografía y dos copias cartográficas que señalan doce
líneas de fronteras propuestas durante el litigio que sostiene Venezuela con
Inglaterra por la reclamación del territorio occidental del río Esequibo.
Denuncia
que la táctica inglesa de invasión de nuestra Guayana obedecía a un plan
preconcebido para adueñarse del Orinoco o, por lo menos, controlarle sus bocas
que consideraba de gran estrategia militar.
La
accidentada y peligrosa navegación por el río Cuyuní y la falta de un camino marginal por dicho río, la señala el
autor del libro, como la principal causa de que el invasor inglés viera fácil
su entrada por terrenos descuidados. Igualmente señala que las usurpaciones de
mas tierras al occidente del Esequibo las hizo Inglaterra aprovechando siempre
los momentos conflictivos de Venezuela.
Refiriéndose
a la ayuda de Inglaterra a la Independencia de Venezuela, Cabrera Sifontes
expresa que “la supuesta ayuda pone de relieve sus intenciones con las últimas
pretensiones de la llamada línea Shombrugk que se elabora 27 años después de
muerto Shombrugk y el proyecto inglés de formar una nación inglesa dentro de la
provincia de Guayana libertada por Venezuela, cogiéndose el Orinoco y Caroní.
Esta nueva nación se llamaría “Nueva Erin” y su capital “Nueva Bublin” y tenía
propósitos coloniales a los cuales quería Inglaterra “acondicionar su ayuda”.
Por eso arguye que “muy poco tenemos que respetarle a Inglaterra como ayuda en
ningún momento. Se podría decir más bien que Venezuela consiguió su
independencia a pesar de Inglaterra.
También
informa el libro que “nuestro lindero
quedó establecido y aceptado por Inglaterra en 1821, en participación hecha y
firmada por Bolívar, que ponía al río Esequibo por lindero Oriental de la Gran
Colombia”.
Nuestros Linderos con Brasil
Años después,
específicamente el 11 de enero de 1982
volvió sobre el asunto declarándole al diario El Nacional que antes de seguir
discutiendo con el gobierno de Guyana la reclamación de la zona occidental del
Esequibo, se hacía imprescindible discutir con el Brasil nuestros linderos en
forma inequívoca..
Esto porque a juicio de
HCS, los 159 mil kilómetros que se reclaman a Guyana incluyen toda la parte sur
de las montañas Macarapana que se atraviesan en el curso de Rupununi y lo
obligan a formar un ángulo recto y desembocar en el Esequibo.
Esas montañas pegan con
la Sierra Pacaraima y demás altura que lo dividen del Brasil. En 1834 el
austriaco Shoburgk estableció allí (en el Pirara), su primer campamento de
trabajo, pero fue hecho preso y expulsado por los brasileros basándose en el
viejo tratado de 1750 y 1859, que establecía el divorcio de agua con lindero
nuestro. Precisamente, Brasil apunta hacia un acto de soberanía con la
carretera Boa Vista-Esequibo-Giorgegtown por la parte sur del Rupununi.
Sabido es que Brasil
rechazó el Laudo de 1899 por considerar que se invadía su territorio en la
parte sur de Roraima. Otra detalle a considerar es que las instrucciones
oficiales de reclamación partían del río Moroco, bajaban al río Cuyuní, por
éste llegaban al Esequibo y por la margen izquierda de este río llegaban hasta
la desembocadura del Rupununi donde termina esta línea. Esto deja entrever que
nuestro lindero con Guyana se refería al río Esequibo, pero del Rupununi en
adelante no figura ningún lindero, lo que quiere decir que se toleró siempre la
pretensión brasilera basada en el divorcio de las aguas.
Para darle más fuerza a
sus apreciaciones, Horacio Cabrera Sifontes recordó que cuando hubo el movimiento
subversivo en la región de Rupununi, en el cual se dijo estaba supuestamente
involucrada Venezuela, fueron los brasileros los que actuaron llegando incluso
a detener una avioneta de la Gobernación de Bolívar que luego por vía
diplomática solucionaron.
La zona en reclamación
que aparece rayada en los mapas divulgados por Venezuela en los últimos años no
se correspondería entonces con la demarcación exacta y según el ex senador a él
le consta que fue una iniciativa inconsulta del doctor Alirio Ugarte Pelayo en
los días de su presidencia en la Cámara de Diputados del Congreso de la
República configurarla así en el mapa.
Consideró que es hasta
cierto punto una falta de seriedad de nuestro Ministerio de Relaciones
Exteriores el no haber fijado de manera definitiva aunque fuese en forma
teórica nuestros linderos con Brasil en lo que va del Roraima al Esequibo.
La Rubiera
En 1972 decide publicar “La
Rubiera” en el que relata el secreto de la fantástica riqueza de esta finca
guariqueña cuyos linderos llegaban hasta el Golfo Triste
El secreto de la fantástica riqueza del Hato “La Rubiera” cuyos
linderos iban desde el Guárico hasta el Golfo Triste y que respetaban cuatreros
y vecinos, es relatado por Horacio en este libro editado en España.
El Hato “La Rubiera” de
180 leguas cuadradas de sabana y que data desde la época de la Colonia, fue
extraordinariamente poderoso y rico y se fundó y consolidó su importancia sobre
la superstición, la ignorancia y credibilidad del llanero, según relata en
buena prosa y con una técnica de novela bien lograda.
El contenido del libro está basado en hechos reales y personajes y
ambientes se combinan y entrelazan con episodios llaneros de la guerra de independencia y con las
costumbres, creencias y tradiciones de nuestro pueblo, fundamentalmente del
pueblo del llano venezolano.
El relato comienza con la llegada a Venezuela de Don Sebastián
Sánchez, procedente de las aldeas de Mier y Terán, aldeas de Oviedo de
Santander y que se vino a Venezuela para poner a prueba su ambición de crear
bienes de fortuna.
Don Sebastián Sánchez llega a Venezuela en tiempo de la Colonia y se
deslumbra con la potencial riqueza del llano y descubre en el medio y en su
gente los ingredientes fuertes de su ambición. La superstición, la ignorancia y
la credulidad del llanero le resultaron acicate y factor explotable al mismo
tiempo para lograr todo lo que en aquella época de transición de
la Colonia a la Independencia significó el hato guariqueño “La Rubiera”.
Aquel hombre de pelo
rubio, inteligente, decidido y de una fortaleza ejemplar llamado Don Sebastián
Sánchez devora leguas de sabanas en un
curso de exploración junto con su inseparable esclavo Bautista nacido en
Calabozo. En Guariquito siembra una Cruz de
Araguaney que cortó con el hacha de un fugitivo asesino de nombre
Torcuato Ramos que merodeaba por el lugar y que luego, gracias a su fama de
guapo, llego a ser campo volante del hato. Torcuato era un supersticioso
empedernido y cuentan que cuando mató a
su enemigo desafió la ira del pueblo para pasarle por encima a su victima
rezando la Oración de San Cipriano porque entonces era dicho y admitido en el
Llano que quien así lo hiciese no era alcanzado por la mano de la Justicia.
Sin embargo, el pueblo sabía la contra de esta práctica que consistía
enterrar al muerto boca abajo. Así y todo Torcuato Ramos nunca pagó delito
porque estaba bien protegido por el prestigio y la influencia del hato y su
dueño.
Dice Cabrera Sifontes que “La Rubiera” llegó a ser el Hato más
grande de toda Venezuela, integrado a través de grandes litigios y
reclamaciones. Llego a tener 180 leguas cuadradas de sabana, empezando en el
Morichal de Herrera y terminando sobre el Apurito en Macanillal y en Arauca,
con dominio sobre la zona del Golfo Triste, desde la desembocadura del Aguaro
en Apurito a la Punta de Manapire. Además, Cara, en la isla de Apurito,
comprada estas últimas por el Dr. Francisco Mier y Terán a Luis Rivero en 1886.
El nombre “La Rubiera” es originalmente llanero y deriva de la
característica étnica de Don Sebastián que tenia el pelo rubio. Cuando plantó
en Cruz el primer hito del Hato los llaneros le decían “La Cruz del Rubio”
y así más luego se denominó el Hato hasta quedar simplificado en “La
Rubiera”. El llanero también sustituyó el apellido de Sánchez Valdez por el
de “Los Rubios” que desapareció con la muerte de Francisco Mier y Terán,
abogado en 1914, año en que el gran fundo con oleadas de ganado y una fauna
bella y silvestre fue vendido a Juan Vicente Gómez a cuya muerte en 1935, La
Rubiera pasó a Venezuela como Bienes Restituidos.
La leyenda sobre la fundación del fundo aún vive en la memoria del
llano y dice Cabrera Sifontes que ahora tiene esta forma clásica y ordenada: “Cuando
el Rubio fue a fundar La Rubiera, después de haber llevado a efecto los actos
solemnes de la toma de posesión tocando las cajas de guerras y blandiendo la
espada a los cuatro vientos en desafío a quien osara cuestionar los derechos de
su Majestad sobre el terreno adjudicado, enterró en la mata de San Juan a un negro
y a una negra bien culona y tetona. Luego enterró una vaca y un toro, una yegua
y un caballo, un cochino y una cochina, todos negros, sin un pelo blanco, para
que fructificara eternamente y para que su color, símbolo de la oscuridad,
hiciera invisible la hacienda y su fauna a los elementos destructores”.
Militante
de URD
Por esos días de “La Rubiera”, su tercer libro después de “La Guayana
Esequiba”. El Primero fue
“Caracamacate”, una serie de relatos de la selva guayanesa, editado cuando se
hallaba exiliado en Bogotá, Horacio Cabrera se hallaba militando en URD. Nunca antes
había querido militar porque era reacio a la disciplina partidista. Sin
embargo, un día en que unos cuantos parlamentarios a los que URD había llevado
en sus planchas le dieron la espalda, él quiso tener un gesto de solidaridad y se
inscribió en el partido amarillo.
Pero más tarde se vio obligado a separarse de ese partido porque según
él, Jóvito Villalba no quiso ser consecuente con los
partidos suscriptores de un acuerdo para ir unidos a las elecciones de 1973 en
torno a un solo candidato escogido en un congreso que se reunió en el Palacio
de los Deportes. Pues bien, Jesús Paz Galarraga y Jóvito Villalba se disputaban
la candidatura de la unidad de las izquierdas. Resultó electo Paz y Jóvito dijo
entonces el discurso a juicio de Horacio “más revolucionario, más sociológico,
más científico” que haya dicho en su vida.
El ex Gobernador solía citar casi textualmente un pasaje conmovedor de
aquel discurso de Villalba: “Tengo que hablar porque me reviento.
Ustedes creen que yo estoy triste porque he perdido, pero yo he ganado, he
ganado mi lucha de todos los tiempos porque sacrificándome yo a la ambición
tonta por la Presidencia de la República he logrado que se unan las izquierdas”.
Pero aquellas palabras que
resonaron en el corazón de los sufragantes, pronto cayeron en el vacío. Al día
siguiente Jóvito había girado 180 grados. Preocupado Horacio Cabrera fue hasta
su casa donde se hallaba reunido con un grupo de miembros del directorio y le
dijo: “Hermano, necesito hablar con usted dos minutos y es mucho tiempo”. Y respondió el Maestro “Dos minutos es mucho tiempo”
Entonces – replicó Horacio – “lo que le iba a decir en privado mejor es
que lo sepan todos: hermano, a ti te queda una sola alternativa: o eres
consecuente con lo que dijiste anoche o te perdiste para siempre”. Parecía derrumbarse así la entrañable amistad
de muchos años, desde los torturantes días de La Rotunda.
El Conde
Cattaneo
Ya de regreso prácticamente de la política, se dedica de lleno al
quehacer ganadero en su finca de El Palmar y a continuar escribiendo. Su próximo libro lo dedica a un Conde italiano llamado Antonio
Gaston Francisco Giuseppe Luigi Wenceslao Cattaneo Quirin o, simplemente “El
Conde Cattaneo” como lo conoció todo el mundo en Guayana, provincia de la que
no quiso desprenderse y en la que guerreó y ocupó cargos públicos de
relevancia.
Según el libro de Cabrera Sifontes, este pesonaje peninsular era nativo de Pavia, Italia. Conde de Sedrano, militar de carrera, jefe de
caballería en Italia y capitán de cosacos en Siberia, ingeniero, licenciado en
filosofía y letras. Un misterioso hecho
de sangre ocurrido en el Palacio Real de Quirinal le sustrae a la corte de los Saboya y se lanza a la aventura por los
caminos de América. Visita Argentina,
Brasil, Bolivia, Perú, Estados Unidos y de regreso por México y Centroamérica
se encuentra en el puerto de Corinto con las fuerzas del General Santos Zelaya
que retornaba a la Presidencia de la República de Nicaragua. Se agrega a ellas y por sus habilidades llega
a ser General de Brigada de aquel país.
En 1907 llega a Venezuela por Puerto
Cabello y Cipriano Castro que tiene noticias de él lo conoce y lo convence para
que preste sus servicios a la armada de Venezuela. Su aventura en Venezuela comienza desde
entonces como jefe de la Artillería de la Goleta Nacional de Guerra
“Libertadora”. En diciembre de 1908
cuando Castro se halla en París con un riñón enfermo y su compadre Juan Vicente
es proclamado, el Conde Cattaneo se refugia en Trinidad y de allí penetra al
Brasil y después a Guayana. Se ocupa de empresas agrícolas y balateras y de
pronto se ve envuelto en el movimiento nacionalista del Mocho Hernández junto
con los generales Pedro José Fernández Amparan, Ángel Custodio Lanza y Rafael
Tovar García. Fracasado este movimiento,
se incorpora a las fuerzas activas del gobierno y ocupa importantes cargos
civiles y militares en Guayana, dirige la construcción de El
Tapón y El Dique de Santa Lucía para defensa de las crecidas del río, tiempos de Marcelino Torres (1915). Junto con Fernández Peña desaloja a los
ingleses de la Gran Sabana y como funcionario de Obras Públicas inspecciona los
trabajos de desecación de la Laguna El Porvenir, la construcción de la escalinata
de la calle Carabobo, el Puente sobre el Río Marhuanta y malecones contra las crecidas del Orinoco. El
29 de junio de 1970 murió en Caracas a la edad de 90 años,
La verdad
del Lago Parima
En su libro quinto publicado en 1979, Horacio Cabrera Sifontes ubica el
Lago Parima tantas veces mencionado por los conquistadores en su incansable
búsqueda de El Dorado, en lo que es hoy el hato La Vergareña donde pastan miles cabezas de ganado vacuno.
Este valle o depresión de 50
mil hectáreas corresponde al punto geográfico señalado por Humboldt y ofrece
características geológicas de un lago que se vació por un fenómeno geológico muy
espontáneo y natural.
La leyenda de El Dorado pudo haber sido importada y confundida con
este Lago al que se aproximó en el siglo dieciocho don Manuel Centurión.
El ex-senador
Horacio Cabrera Sifontes, para entonces escritor, explorador y creador de bienes en el
campo de la ganadería, sostiene en ese libro haber encontrado el legendario
lago Parima, cuyas leyendas durante el tiempo de la conquista deslumbraron a
toda una constelación de aventureros, muchos de los cuales sucumbieron en la
selva, arrastrados por el irrefrenable y ambicioso deseo de encontrarlo.
El personaje cree que la leyenda de El Dorado pudo haber sido importada,
pero la del lago Parima asegura que es genuinamente guayanesa y, por lo tanto,
venezolana.
Recuerda que Parimé es uno de nuestros principales dioses selváticos y
que El Dorado, en el supuesto indígena,
no era un lugar sino un hombre que ungido de una resina especial, se cubría de
polvo de oro para sumergirse en un lago como parte de un rito propio de su
cultura religiosa.
No obstante, el lago Parima vivió y ha vivido confundido con El Dorado
en la mente afiebrada del buscador de fortunas maravillosas.
Humboldt que se interesó acuciosamente por la leyenda de El Dorado
anotó en su libro de viajes que desde la época de Berrío “se fijó el mito de
El Dorado en la parte oriental de Guayana, entre los 62 y 66 grados de
longitud” y no estaba errado si
entendemos que para la época prevalecía la confusión, pues lo que se hallaba en
esa coordenada era propiamente el Lago de Parima.
Nadie antes pudo encontrarlo y hasta hoy, a pesar de los avances de la
aeronáutica, los satélites y fotografías aéreas que utilizan el radar para
explorar desde todos los ángulos las entrañas de la tierra, nadie se había
aproximado a su existencia. Hoy cuando virtualmente se da con lo que fue el
lago Parima, vemos que ello surge en forma casual.
El lago de Parima lo encontró sin saberlo el ingeniero naval Daniel K.
Ludwig cuando con Horacio Cabrera Sifontes sobrevolaba con su avioneta
particular el Hato La Vergareña, que este último quería venderle. Antes del
vuelo había llovido copiosamente y la inundación impresionaba. Horacio Cabrera cuanta
en ese libro publicado por la editorial
Centauro de José Agustín Catalá, que ante tanta agua invadiendo las tierras
ganaderas que pretendía ofrecer en venta al interesado, se sentía un tanto
atropellado y quiso apaciguar la situación diciéndole a mister Ludwig “aquí
tiene usted agua para todo el verano”.
Eso lo veo, lo que no he podido ver es la tierra, ¡esto es un lago!,
respondió y la respuesta se le quedó como aguijón a Horacio Cabrera que también
como muchos vivía intrigado desde su niñez por la leyenda del lago Parima.
Un día temprano preparó su cabalgadura, escaló la serranía y comenzó a
contemplar el valle. Allí estaba la hondonada de lo que fue seguramente el
misterioso lago.
Se convenció más cuando comenzó a estudiar y a profundizar
sobre el tema y llevó al sitio a expertos geólogos que robustecieron su
creencia de que allí en el valle de La Vergareña, donde pastaban 40 mil cabezas
de ganado vacuno de mister Ludwig, existió el Lago Parima que nadie nunca antes
pudo encontrar, posiblemente por sus inconcebibles peculiaridades.
Del lago Parima sólo queda hoy lo que fue su fondo, prácticamente un
valle de 50 mil hectáreas. Sus aguas, las que permanecieron allí estancadas por
efectos de las lluvias y sus manantiales naturales, se vaciaron y todavía prosiguen
en incesante correntía sobre las raíces de los morichales hacia el río Aro.
Allí comenzó a llevárselas un día en que Caño Azul pudo terminar de horadar su
camino a través de las alturas de “La Coroba”. Caño Azul desde entonces,
se convirtió en una continua y abundosa corriente que recoge las aguas de todos
los morichales o manantiales del valle para tributarlos al río Aro.
Cuenta Horacio Cabrera Sifontes que cuando don Manuel Centurión, uno
de los fundadores de Angostura, realizó su expedición por el Paragua, buscando
el Lago Parima, iba bien orientado, pero ya no existía el lago. Este quedaba
ubicado entre los ríos Paragua y Aro, entre los 62 y 66 grados de longitud y 6
y medio y siete de latitud como lo señala Humboldt. El lago Parima constituía la
gran depresión que está circundada en su parte norte por la cordillera de La
Torre y luego por peñascos encrespados y arrecifes con el rastro del embate de
las aguas.
Guayana y el Mocho Hernández
Al año siguiente (1980), Ediciones Centauro publica su sexto libro
“Guayana y el Mocho Hernández” que abarca a lo largo de dieciséis capítulos los
acontecimientos sociales y políticos ocurridos en Guayana desde la llegada del
General José Manuel (El Mocho) Hernández en 1888 en calidad de Jefe Civil y
Militar del Departamento Roscio del Territorio Federal Yuruary cuyo Gobernador
era el General Pedro Vicente Mijares hasta los tiempos del dictador Juan Vicente
Gómez.
Era un Jefe Civil y militar sin sueldo, lo cual le dio libertad para
desde su propia posición coincidir con los sectores (Sociedad Liberal
Democrática) que pedían al Gobierno de Andueza Palacio la reintegración del
Territorio del Yuruari a la geográfica del Estado Bolívar. Esta bandera de
lucha se vio reiteradamente reflejada en las páginas del Correo del Yuruari, un
periódico que se editaba en una imprenta propiedad del General Celestino
Peraza, quien llevó de la mano al Mocho Hernández al hato Buen Retiro,
propiedad del general Domingo Sifontes, pero que después rompería toda relación
con éste por diferencias políticas.
Dada las diferencias con el General Celestino Peraza y la necesidad de
continuar sosteniendo primero El Correo del Yuruari y Luego “El Legalista
Guasipatense” hubo que fundar un nuevo taller tipográfico, el cual por
suscripción popular se adquirió a través de la firma mercantil de Ciudad
Bolívar “Dalton & Cia.”.
La lucha sostenida de la Sociedad
Liberal Democrática del Yuruari hizo posible la unificación del Estado
Bolívar y el derecho a tener representación en el Congreso Nacional. Electo
diputado durante el periodo eleccionario resultó José Manuel (El Mocho)
Hernández pero los resultados fueron alterados en Upara y se impuso al doctor
José Martínez Mayz. El Mocho Hernández
denunció el fraude y se fue directamente al Congreso para protestar sin éxito
alguno. Así defraudado regresó a Ciudad
Bolívar y se puso a conspirar contra el continuismo de Andueza y a favor de la
Revolución Legalista que desde su Hato El Totumo en el Guárico alentaba el
General Joaquín Crespo. Dada su
manifiesta oposición, fue hecho preso en ciudad Bolívar por el Comandante de
Armas General Francisco Casañas. Poco
después le fue dada la libertad a condición de quedarse tranquilo y no alejarse
de Ciudad Bolívar. De todas maneras se
vale de la correspondencia privada con todos sus allegados y amigos,
especialmente con el General Domingo Sifontes, para urdir la trama de un
levantamiento que en el curso de los
acontecimientos políticos nacionales se da en la Provincia de Guayana en 1892 y
que tuvo su desenlace decisivo en la Batalla de Orocopiche.
La Batalla
de Orocopiche
En 1892, mientras la
Venezuela hidrográfica desbordaba al Orinoco hasta dejar sumergida totalmente
la Piedra del Medio, la otra Venezuela, la política y de armas tomar, hacía lo
igual hasta dejar totalmente sepultadas las aspiraciones continuistas del
Presidente Raimundo Andueza Palacio.
El General Joaquín
Crespo, guerrero y hacendado de mucho empuje y ambición, abrió las compuertas
de ese gran río revolucionario y político que se alimentaba de las
insatisfacciones de una contienda demasiado cruenta, larga y enconada como
había sido la Guerra Federal, de manera que cada vez que había un estallido de
envergadura, pocos eran los pueblos que se quedaban como el avestruz,
aguardando que pasaran los desbordamientos de al tempestad.
Entre
los pueblos arrastrados por el desbordamiento, o que se adhirieron al
pronunciamiento (20 de febrero de 1892) hecho por el General Joaquín Crespo en
su hacienda de El Totumo (Guárico) contra la reforma de la Construcción
Nacional propuesta por Andueza Palacio para aumentar de dos a cuatro años su
período gubernamental, estaba el Yuruary, una región rica en oro que para mejor
control el Presidente Antonio Guzmán Blanco había separado del Estado Bolívar
en 1881 convirtiéndola en un Territorio Federal.
El
Territorio Federal Yuruary con una superficie de 220 mil kilómetros cuadrados y
una población de 150 mil habitantes comprendía los cantones de Upata y Roscio,
con Guasipati como cabecera o capital.
Dos
motivos prevalecieron para desprender la región del Yuruary del Estado Bolívar:
un control más directo del Gobierno Federal sobre la explotación de los ricos
yacimientos auríferos y la preocupante penetración inglesa en territorio
venezolano hasta el punto de que para la época la bandera inglesa flameaba en
Barima y El Dorado. Sin embargo, los yuruarenses nunca estuvieron conformes con
esa figura del territorio federal donde todo era impuesto desde Caracas.
Preferían la unidad integral del Estado que le permitía un mayor control en las
decisiones políticas, de manera que en el curso de los años esa fue bandera de
lucha y justificación para la sedición de connotados hacendados que al fin de
cuentas eran quienes movían la vida económica de la región.
Las
noticias sobre los triunfos del General Crespo en las acciones de guerra que le
abrían paso hacia Caracas, llamado por el Congreso de la República para
defender la legalidad constitucional, galvanizaron el alma revolucionaria de
los caudillos yuruarenses y el 7 de mayo de 1892 se levantaron en armas con el
propósito de avanzar hasta la capital y poner el Estado Bolívar al lado de la
Revolución Legalista.
Crespo,
antes de levantarse, tenía hecho su trabajo en Guayana para su respaldo
eventual: Disponía del General Manuel González Gil al frente de 700 hombres en
los cresperos hatos del Caura; en el Yuruary contaba con sus amigos los
Generales Antonio Zerpa, Domingo Sifontes, Ruperto Puerta y en Ciudad Bolívar
con el General José Manuel (El Mocho) Hernández, de gran atractivo popular y
quien terminará por comandar todas las operaciones hasta hacerse Jefe Civil y
Militar del Estado Bolívar.
El
alzamiento en Guayana al lado de la legalidad militarmente liderada por Crespo
desde el Guárico, lo iniciaron en Tumeremo el 7 de mayo de 1892 los Generales
Antonio Zerpa, Domingo Sifontes, Ruperto Puerta, coroneles Pedro L. Machado y
Anselmo Zapata, y una vez ocupado Tumeremo con todas las de la Ley, avanzaron
hasta El Callao y Guasipati, capital del Territorio, que tomaron tres días
después tras haber sido evacuadas por las tropas de la guarnición al mando del
general Pereira Lozada.
Siete
días luego (14 de mayo), el movimiento insurreccional que llegó a conformar
militarmente lo que sus protagonistas llamaron División Roscio, tuvo su primer
combate de manera sorpresiva en las cercanías de Guasipati con tropas del
Gobierno que habían salido a su encuentro. 200 Hombres al mando del general
Juan Ovalles sorprendieron en horas de la tarde a la División que aguardaba
comisiones de El Palmar y Cicapara; pero, no obstante la sorpresa, ésta se
sobrepuso a los atacantes y los pusieron en fuga a excepción de 50 infantes y
70 soldados de caballería que se pasaron al bando Roscio que perdió 5 hombres
en el combate, incluyendo a un capitán.
El
18 marcharon hacia Upata donde se replegó el resto de los hombres de Ovalles y
80 soldados al mando del general A. Luengo que habían sido despachados en su
auxilio. Ocuparon Upata y las fuerzas gubernamentales se replegaron en la Masa
de Chirica donde recibieron refuerzos hasta completar unos 700 hombres bien
armados y con suficiente parque que
obligó a la División Roscio a sortear mejores posibilidades desde Laguna Larga
donde estratégicamente acampaba. Los comandantes de la División decidieron
replegarse en Guri a la espera de refuerzos que desde algún lugar de Guayana
preparaba el Mocho Hernández, virtual comandante de la revolución. La
comunicación firmada por el General Domingo Sifontes, Jefe del Estado Mayor de
la División, dice “… se ha resuelto replegar hacia Guri adelantando a usted un expreso
con esta comunicación para que mande un refuerzo o venga personalmente con él a
ponerse a la cabeza de este ejército para destruir de una vez el núcleo
continuista de estas localidades, donde es inmenso el entusiasmo por la causa
de la Legalidad”.
José
Manuel (El Mocho) Hernández, pintoresco personaje de la fragorosa política
venezolana, estaba desde 1887 conectado al caudillismo de los hacendados
bolivarenses y a través de esa conexión llegó a erigirse en la figura
prominente de la decisiva Batalla de Orocopiche.
Nacido
en la caraqueña parroquia de San Juan, donde su padre era carpintero, José
Manuel Hernández, desde muy joven, estuvo metido en los avatares de la política
y se le vio activo y apasionado entre quienes contrariaron la política
autocrática del Presidente de la República, Antonio Guzmán Blanco. Su fogosidad
llegó hasta el punto de combate de Los Lirios a comienzos del Septenio
Guzmancista, donde quedó marcado con el cognomento de “El Mocho” a causa de una
herida sufrida en la mano derecha.
Las
peripecias casi quijotescas del Mocho Hernández calaron con fervor y simpatía
en el alma de importantes capas sociales de Caracas y la provincia. Gente que
declaraba con orgullo a los cuatro vientos ser “mochera” o la que era lo
mismo, ser legionario del Partido Liberal Nacionalista, de
tendencia conservadora que fundara en Caracas después de sus proezas en
Guayana.
Ya
agonizando el largo período autocrático del General Antonio Guzmán Blanco se da
la presencia del Mocho Hernández en Guayana, asociado efímeramente con el
General Celestino Peraza en una imprenta que el primero había instalado en El
Callao. Con publicaciones salidas de esta imprenta el Mocho Hernández hacía
oposición al Gobierno y combatía al General Pedro Vicente Mijares, Presidente
del Territorio Federal Yuruary y quien terminará siendo repudiado ante la
ingerencia directa en las concesiones auríferas, la más importante de ellas
concedida al general Celestino Peraza por 99 años y que rebasó la paciencia de
los yuruarenses.
El
Gobierno de Guzmán Blanco y quienes le sucedieron hasta Andueza Palacio
tuvieron siempre al Macho Hernández como un conspirado profesional y como tal
se cuidaban de él. De suerte que cuando las cosas se le complicaron al
Presidente Raimundo Anduela Palacios, el Presidente del Estado Bolívar, Dr.
José Ángel Ruiz, fue puesto en alerta para que redujera a límites previsivos
las actuaciones del Mocho Hernández en Guayana. Fue así como se hallaba en
Ciudad Bolívar (1890) con la manea corta, pero no tan corta pues siempre tuvo
libertad para conspirar hasta declararse alzado al unísono con el movimiento
subversivo del Yuruary. Mientras la División Roscio avanzaba, el Mocho
Hernández reunía gente en Ciudad Bolívar y zonas rurales para la contienda
final. En Yaunó recibió el expreso de la división Roscio e inmediatamente
marchó con parte de su gente hacia Guri para tomar posesión del mando de la
División.
Encomendándose
a San Buenaventura, patrono de la Misión de Guri, la División Roscio al mando
del general José Manuel (El Mocho) Hernández abandonó el campamento e inició su
avance hacia la Capital del Estado antecedida de piquetes de hombres que iban
disolviendo a los campos volantes. Despejado el camino hasta el sitio conocido
como “La
California”, pernoctaron allí y al siguiente día se situaron en plan de
batalla en las alturas de los Cerros de Buena Vista de Orocopiche
dado que se aproximaban a su encuentro las fuerzas oficiales comandadas por el
general Santos Carrera, Jefe expedicionario del Gobierno y el Presidente del
Estado, J. T. B. Siegert hijo, quien recién había sustituido al Dr. José Angel
Ruiz.
El
10 de agosto de 1890 se abrieron los fuegos de lado y lado dominando desde las
alturas las fuerzas legalistas y descabezando a tiro fijo desde la Piedra
del Murciélago los comandos de las tropas del Gobierno. El Jefe
expedicionario general Santos Carrera no pudo sobrevivir al tercero de sus
caballos muertos en la refriega. Los miembros del Estado Mayor también
mordieron el polvo mientras el Presidente Siegert que estaba en la retaguardia
salió en estampida con el resto de la tropa en derrota atravesando el río
Marcela que estaba tan crecido como su receptor el Orocopiche y el Orinoco que
ese año tapó la Piedra del Medio.
El
parte oficial de los comandantes de tropas al balancear los resultados de la
batalla expresaba que “además de 240 prisioneros, se recogieron
154 muertos y cerca de 200 heridos del enemigo; todas las bestias aperadas de
los jefes y oficiales, tres cargas de parques, además de la 15 que se habían
cogido en el lugar donde cayó muerto el General Santos Carrera; esto, y toda
clase de prendas de vestir, maletas, etc. A orillas del río Marcela, a cuyas
aguas se arrojaron los derrotados, siendo de los primeros el Presidente del
Estado Bolívar, Juan B. T. Siegert. Posteriormente se extrajo de este río más
de un centenar de fusiles y cerca de cien cobijas, la derrota, pues, había sido
completa; y a Ciudad Bolívar no entraron ni cien hombres de los 860 que tres
días antes habían salido en busca de las montoneras legalistas a cuyo Jefe se
proponían traer atado a la cola de un caballo”.
El
13 de agosto entró la División Roscio a Ciudad Bolívar y ese mismo día el
General José Manuel (El Mocho) Hernández asumió la Jefatura civil y militar del
Estado. Para la fecha la Revolución Legalista no había triunfado nacionalmente.
Crespo entró victorioso a Caracas el 7 de octubre y ejerció provisionalmente la
Presidencia de la República hasta que se reunió la Asamblea Nacional
Constituyente que aprobó una Constitución similar a la federal de 1864. De
acuerdo con esa nueva Constitución Crespo fue electo Presidente Constitucional
para un período de cuatro años 1894-1898 y el Mocho Hernández fue reemplazado por
el General Manuel Gil González en la Presidencia del Estado.
En
1897, fundó el Partido Liberal Nacionalista con el cual aspiró a la Presidencia
de la República en contra de la candidatura del Dr. Raimundo Andrade impuesta
desde las alturas del poder a través de escandaloso fraude tutelado por el
Presidente Joaquín Crespo, quien lo pagó más tarde con su vida en la Batalla de
Queipa a donde lo retó el siempre indomable e inconforme Mocho José María
Hernández. Desde entonces, tras cárceles, destierros y sublevaciones pasó el
resto de su vida sin poder jamás aprehender en la realidad de su ambición un
sueño de gloria que parecía desde muy joven diluirse en la aromática humedad
del aserrín de que estaba siempre alfombrado el taller de su humilde padre canario.
El Profeta Enoch
Enoch,
un supuesto profeta que entró y recorrió a Guayana durante el sofocante y
terrible Año de la Humareda (1925) y que desapareció después por Morajuana con
los primeros aguaceros de 1926, se burló de Horacio Cabrera Sifontes, escurriéndosele,
jugando al escondite por todos los vericuetos del llano y la selva, pero en
1982, el guayanés que alternó su oficio de ganadero y político con él de
escritor, se las cobra en su séptima producción literaria editada por la
Editorial Centauro (Caracas) y que él simplemente titula “El Profeta Enoch”.
Entonces
le salió al Profeta su primer defensor, el periodista Isidro Casanova, quien
criticó a HCS por la forma materialista y sarcástica como trata en el libro la
peregrinación y comportamiento del enigmático personaje por los más remotos y
aislados pueblos de Guayana, predicando el fin del mundo y el Juicio Final,
posiblemente como lo hizo a fines del siglo diecinueve el santón Antonio
Conselheiro, del que habla Mario Vargas Llosa en su libro de “Guerra del Final
del Mundo”.
Isidro
Casanova que parece saber de enigmas, arcanos y misterios, no fue el único. Vinieron
otros porque el llamado “Profeta Enoch”, que nada por supuesto tiene que ver
con el bíblico padre de Matusalén, deja tras su peregrinar de raro mensajero,
toda una estela de leyendas, adeptos y devotos que lo alumbran con velas y
lámparas votivas en capillitas y altares adornados como sucede con el “Anima de
Guayabal”, en la carretera Puerto Ayacucho a Samariapo, o el alma de Agustín Parasco,
entre Altagracia y Upata.
Horacio
Cabrera Sifontes lo persigue desde que estudiaba bachillerato en Caracas con el
maestro Rómulo Gallegos. Tendría el Profeta unos 34 años y él quince. Entonces
se hallaba de vacaciones en su tierra natal de Tumeremo elevado a Distrito con
el nombre de su abuelo el general Domingo Sifontes, el hombre que machete en
ristre echó a los ingleses de la misma puerta de El Dorado.
HCS
tan pronto supo que el Profeta había sido hecho preso en Tumeremo por un
alcalde que no entendía su misión y que había sido interrogado por un Cura
educado en Roma y que luego ahorcó los hábitos como el Padre José Aristeguieta
Grillet, se hizo el propósito de indagar también al peregrino que anunciaba
malas nuevas.
Lo
buscó a pie, a caballo, en carro-moto, en mula y lo último que hizo 30 años
después, fue buscarlo en curiara por una marisma del Bajo Orinoco donde un
colono de la Guayana Británica le dijo en inglés, pues Horacio, además del
español dominaba ese idioma y también el francés, que un forastero a quien le
decían El Profeta, se hallaba por esos lados. Pero HCS, después de penosa
búsqueda no halló sino un abandonado cobertizo de palma y paja con un deshilachado
chinchorro de moriche, un perro raquítico y un gato.
Enoch,
que para entonces contaría más de 60 años; su sexto sentido agudizado por la
soledad y la meditación, seguramente le anunció la presencia pesquizadora de su
obstinado perseguidor y se escurrió, vale decir, desapareció súbitamente, como
lo hizo cuando pasó por Ciudad Bolívar, Soledad, Tumeremo, Corumo y tantos
otros pueblos de la Guayana donde esporádicamente se detenía para pedir agua,
pan y leche o escribir en buena caligrafía oraciones dirigidas a él como
mensajero del Señor.
Horacio
Cabrera Sifontes denuncia y pone al descubierto la ingenuidad del pueblo y la
presencia alienada de este forastero que calzaba sandalias, usaba melena,
vestía hábito de monje y lanzaba sentencias proféticas que nunca se cumplieron.
Lo
de la sequía y humareda que el profeta llegó aludir como signo fatal de lo que
podría sobrevenir, no era más que un verano empatado con otro verano que
ahuyentó las aguas y resecó la paja que luego se incendiaba hasta con un vidrio
de botella atravesado por los rayos solares. La maldición contra el general Anselmo
Zapata, quien le negó leche al profeta, y por lo cual las ubres de sus vacas
habrían de secarse, no fue más que una consecuencia del gran verano que arruinó
a los animales y los hizo improductivos por falta de pasto y agua.
Para
HCS, el tal Profeta Enoch, que caminó Guayana de punta a punta, no fue más que
un farsante de la conciencia creyente en aras de una devoción mítica hacia él
que ahora se traduce en oraciones, ruegos, promesas, ritos y velorios ante su
efigie.
La Guayana
del Oro y Antonio Liccioni
En 1984, Horacio Cabrera Sifontes dio a luz su octavo libro dedicado a
la explotación del oro de El Callao y a uno de sus principales protagonistas
Don Antonio Liccioni.
La obra de diez capítulos y 215 páginas comienza hablando de la
emigración corsa hacia la América del Sur y su notable presencia en la Guayana
del oro, del balatá y e caucho, llegando a dominar por largo tiempo su realidad
económica y social.
Corso fue Napoleón Bonaparte y corso igualmente lo fue don Antonio
Liccioni, una figura casi legendaria nacida en 1817 en el Pueblo de Pino,
justamente cuando Bolívar y Piar desplazaban a los españoles y le abrían camino
y posibilidades a todos los hombres emprendedores del viejo mundo.
Don Antonio Liccioni, vertiente mayor de la sangre corsa en Guayana se
radicó definitivamente en ella en 1865 y demostró su vitalidad y empuje como
ganadero y fundador del gran pueblo aurífero de El Callao.
Como hemos señalado, Don Antonio
Liccioni nació en el pueblo de Pino, Mar Tirreno, en 1817. Ya Córcega era francesa.
La había vendido Génova, pero también había sido Virreinato de Inglaterra.
Liccioni llegó a la América por
Colombia, donde se casó con Natalia Beltrán. Fomentó un hato en Casanare y
llegó a ser Perfecto de la provincia.
Entre 1865-1870 llegó a Guayana con
todo su ganado, invitado por Juan Bautista Dalla Costa, quien lo ganó para
reorganizar y presidir la Compañía Minera de El Callao, donde realizó una labor
empresarial trascendente.
La Compañía Minera de El Callao
llegó a producir hasta 8 toneladas de oro al año y le imprimió gran dinamismo a
la actividad mercantil bolivarense, sostenida hasta entonces por la ganadería y
explotación de subproductos de la selva como el caucho, la sarrapia, el balatá
y las cortezas amargas de árboles medicinales.
Pero Liccioni no vino expresamente
en busca de El Dorado sino como hombre de hacienda que quería poner en práctica
su experiencia acumulada en el fomento ganadero de Casanare, pero por fortuna
se encontró con el filón de El Callao que le permitió sin tener que dejar la
ganadería, incursionar en el área minera como no antes ni después lo habían
hecho otros sectores ligados a la explotación aurífera.
De la unión de Antonio Liccioni con
Natalia Beltrán nacieron siete hijos: Antonio, César Leopoldo, Julio, José
Roberto, Natalia y Margarita Liccioni Beltrán.
Su hija Natalia se casó con el
General Eduardo Demóstenes Villegas. Ambos vinieron a Venezuela a administrar Tocoma
y La Aurora, dos importantes hatos que don Antonio había fomentado a orillas
del Río Caroní. Esta pareja tuvo tres hijos: Eduardo, Héctor y Tulia Villegas
Liccioni. Natalia enviudó y celebró segundas nupcias con Angel Mattei.
Liccioni permaneció como Jefe
director de la Compañía Minera de El Callao hasta 1890 que se agotó la mina y
ésta circunstancia hizo que le dedicara mayor tiempo a la cría de ganado. Anteriormente se alternaba y mostró grandes
preocupación por los ganaderos que carecían del titulo de propiedad de la
tierra donde pastaba el ganado. Las
tierras de las antiguas Misiones del Caroni, 379 leguas y 921 hectáreas, pertenecían
al Colegio Federal de Guayana que las usufructuaba mediante arrendamiento para
poder sostener el funcionamiento del colegio.
Liccioni propuso al Presidente Guzmán Blanco comprar esas tierras por
600 mil bolívares en oro que colocados a un interés del 6 por ciento producirían
al Colegio el doble de lo que entonces percibía por el sistema de arrendamiento.
El Congreso Nacional autorizó al Gobierno Nacional la venta de esas
tierras y Liccioni las vendió a unos 150 parceleros que las pagaron en cuatro plazos. Pero, en definitiva, el dinero fue engrosar
las arcas de la nación para hacer administrativamente menos autónomo el Colegio
Federal
Horacio Cabrera deja ver que el
Presidente de la República, General Guzmán Blanco, tenía particular interés
en vender estas tierras y se inscribió como socio sin aportar capital y
por último pretendió sacar provecho del bosque
Monte Sacro dentro de los propios linderos de las antiguas tierras de
las Misiones.
El Tigre del
Madre-Viejo
En un libro con este título, de Ediciones Centauro, el otrora
gobernador de Bolívar recoge sus aventuras cinegéticas especializadas en la
cacería de tigres. Cacería que según nos informó, practicó más por la necesidad
de proteger los rebaños que por afición o fobia contra este hermoso miembro de
la familia de los félinos.
El Tigre del Madre Viejo era famoso no sólo porque devoraba reses y
cochinos casi a diario, sino porque ningún cazador lo había podido pescar con
el Winchester calibre 44 o la escopeta Browning de cinco tiros. Sobre el más
temible y feroz de los mamíferos carniceros caía la superstición de que era un
“Tigre de palenque” que en lenguaje llanero significa que no lo pica ni
mosquito porque está poseído del demonio o de alguna alma en pena.
Por aquellos lugares cenagosos y tigrosos de Encontrados, los
cazadores más tigreros le tenían miedo, pues ni bala mordida en cruz traspasaba
al animal. Horacio Cabrera acabó con ese mito un día en que el Tigre del Madre
Viejo liquidó al más berraco de los cochinos del lugar. Un cochino fiero de
raza que tenía colmillos largos, agudos y filosos. En la aventura tigrera sólo
un peón llamado Trinidad Garrido, después de mucho pensarlo, armado de un par
de escapularios y una traílla de perros cazadores, se decidió a acompañarlo,
pero más fue lo que rezó que lo que hizo.
El Tigre come por lo ligero, es verdad, pero lo hace cerciorándose
antes de que nadie ronda por su medio. Tiene buena vista y buen olfato. Es muy
cauteloso el Tigre y se cuida por instinto de su mayor enemigo que es el
hombre. A este lo reconoce en la oscuridad más densa, pues en los días sin luz
es cuando de veras se le aviva y aguza el sentido de la vista. Por eso se dice
que donde hay indios no hay cacería y menos de tigre. El indio es codicioso
hasta con las alimañas y cuando el felino lo percibe se aleja. Pero cuando el
tigre siente en carne viva la agresión del hombre, entonces es cuando es tigre,
se le enfrenta aculándose en el monte intricado y sucio. Es allí donde es
fuerte, no encaramado como se dice. Y en el jajuillal intrincado va el hombre a
buscarlo y allí lo espera el felino como ocurrió con Rafael y Prudencio Bezara
allá en su hato Santa Rita de Apure. A estos corpulentos y bien formados
llaneros, veteranos como el más, por poco se los come el tigre. El feroz animal
con 27 heridas en el cuerpo y acosado sin cesar por una jauría batalló durante
horas hasta que un tiro en el pie de la oreja lo dejó sin vida. Pero uno de los
hermanos Bezara – Prudencio – hubo que
practicarle unas cuantas cirugía y pasó más tiempo convaleciendo de sus heridas
que Clarín, perro criollo parecido a un “Walker Hound” que don Horacio compró
por 70 bolívares a Luis Tirado, hábil cazador de Petare. Clarín quedó malogrado
tras enfrentar solo al Tigre de Caño Mocho en una hacienda zuliana. Para
Cabrera Sifontes, Clarín era un perro raro, especie de filósofo estoico al cual
parecía agradarle las limitaciones y el sufrimiento. El noble Clarín terminó
sus días con la aorta partida por un tigre cebado en la hacienda “El
Calvario”del médico zuliano Daniel Vargas.
Pero donde si realmente hay tigres y leones barretados como arroz es
en las sabanas de Corumo y en las montañas de Nuria a 40 kilómetros de
Tumeremo. Allí cerca de la hacienda “Las Nieves” antiguo ingenio azucarero y
hato ganadero, propiedad de Valentín Cabrera,
padre de nuestro entrevistado, existe abundante fauna, pero más tigres,
leones, venados, chigüires, Chácharos, váquiros y cachicamos que otra cosa.
Cuenta don Horacio que en los primeros ocho meses de haber empezado a criarse
ganado en El Corumo se mataron 48 tigres y 13 leones. Luego el promedio bajó a
unos 15 tigres por año.
-
¿Por qué los mataban así tan ferozmente y en esa proporción?
-
Porque es un predador terrible.
-
¿Más que el hombre?
-
No tanto, pero había que hacerlo para proteger la ganadería.
-
¿Y dio resultado?
-
En 20 años matamos más de 300 tigres.
-
¿Exterminaron a los tigres?
-
No, esa zona es muy extensa, se extiende hasta los confines de Guyana. Existe
allí una fauna realmente abundante.
-
¿Pero han sobrevivido los hatos?
-
No, ya no. Gómez mandó a prenderle fuego porque aseguraba que Papá estaba apoyando
al Mocho Hernández. No ve que por allí cerca está la calceta de “Las
Chicharras” donde tuvo lugar la escaramuza del General Marcelino Torres García que
comandaba las tropas del Gobierno y los grupos revolucionarios de los generales
Angelito Lanza, Rafael Tovar García y el Conde Cattaneo, quienes esperaban un
parque que de contrabando traía por la Guayana inglesa el Mocho Hernández, para
el llamado “Movimiento Nacionalista” de 1914.
-
¿En cierto modo le hicieron un favor al Tigre?
-
Y un gran mal al estómago de mucha gente.
- Gómez, al fin, era conservacionista ¿No cree?
-
Sí, esa era su obsesión, conservarse en el Poder.
-
Gómez, hasta cierto punto era un tigre
-
Era tímido, solidario y silencioso como un jaguar.
-
¿Cómo un jaguar?
-
Sí, el jaguar es el mismo tigre americano.
-
¿En qué se distingue?
-
En que tienen un punto en el centro de la mariposa.
-
¿La mariposa?
-
Las manchas negras del tigre tienen formas de mariposa, muy bellas y
desiguales. El Tigre de Bengala, por ejemplo, tiene franjas negras.
-
¿Es cierto que hay tigres negros?
-
Sí, como no, yo los he visto. Una vez maté uno y le regalé el cuero a mi amigo
Gustavo Ramella Vegas
-
¿El piloto desaparecido?
-
El mismo que se lo pasaba cazando por el Apure.
-
¿Ese tigre negro es él que llaman Pantera?
-
Lo confunden con la Pantera, pero en América no hay panteras. Los tigres negros
los son por degeneración de la melanina.
-
¿Y el Tigre Serrano?
-
Lo llaman así porque habita en las Sierras, pero no tiene como tigre nada en
particular, ni siquiera la “pinta menudita” a que se refiere la copia: “Yo soy
el Tigre Serrano / de la pinta menudita / Mi primera cacería / fue una muchacha
bonita”.
-
¿No salta y atrapa desde las ramas como el Tigre de Malasia?
- Ese es un cuento de película mal
contado. Hay un adagio llanero que dice: “El
gato le enseñó todo al tigre, menos a bajarse del árbol”. Un tigre encaramado
está rendido y matarlo es como matar a una gallina. El tigre realmente es
peligroso en monte intrincado y sucio, sobre todo, cuando está herido. Todo
animal herido ataca, el zorro, el venado, así sea una gallina clueca. El tigre
trata de asegurar con las uñas para matar con los dientes. Si un tigre se
resuelve entrarle de frente a un hombre, se para en dos patas y busca a
morderle la cabeza como hace con los animales que mata. Instintivamente conoce
todos los centros vitales. Cuida sus garras para poder desplazarse, afincarse
bien y poder forzar su boca hacia el máximo de sus fuerzas. Es un error creer
que el tigre da manotadas mortales.
- He oído decir que el Tigre le tiene
miedo al hombre ¿Es cierto?
- El tigre es huidizo, puede estarle
atendiendo a diez perros tratando de matarlos, pero cuando se da cuenta que hay
un hombre en las cercanías, salta por encima de los perros y huye despavorido.
Conserva en la huida una sola dirección, siempre sabe a donde va huyendo:
cueva, ciénaga, grandes piedras o lugares intrincados abundosos en lianas, jajüillas,
bejucos y árboles de copei.
- ¿De copei, dijo?
- ¿Tú nos has visto el árbol de
copei...?
- Ahí, chico, el árbol de Copei es un
árbol muy peculiar. Parece que naciera en el aire, naturalmente que nace en la
tierra, lo que pasa es que bota raíces laterales y forma un enredo tal que los
animales se meten y esconden dentro de ese raícero de copei.
- ¿Por qué le dicen copei?
- No se, chico, ese es un nombre
indígena. La hoja es muy peculiar, parece una pera, tiene la forma de una pera
y es pulposa, con un jugo lechoso. Se parece más bien a una cebolla.
-¿Se enfrentó alguna vez a un tigre
escondido en Copei?
- Es difícil, hay que echarle los
perros para obligarlo a salir.
- ¿Cuál de los tigres es el más duro,
el serrano, el de Palenque o el cinqueño?
- Todos los tigres son iguales de
temibles y feroces y el tigre “cinqueño” del que se habla no existe. El tigre
cinqueño es el hombre.
- ¿El hombre?
- Cuando en el campo desaparece un
animal doméstico, generalmente un caballo, una res o un cochino, suelen echarle
la culpa al Tigre. Buscan los rastros y encuentran plantas con cinco dedos.
Entonces el llanero o campesino balbucea irónicamente: “un tigre cinqueño”. El
único animal que tiene cinco dedos es el hombre.
- ¿Entonces Eduardo Fernández es algo
así como un tigre cinqueño?
- Horacio se echa a reír. Luego viene
la pregunta de rigor:
- ¿Qué opina usted de la connotación
política “El Tigre” con la cual se quiere popularizar la candidatura de Eduardo
Fernández?
- Tal vez siguiendo la suerte de José
Luis Rodríguez que se popularizó con el nombre de “El Puma”. El Tigre ha sido
siempre un símbolo de vigor y fuerza. Por allí debe andar la cosa. No creo que
sea por ferocidad, sería ingenuo pensar que es por eso.
- ¿Usted como que jala para Copei?
- Yo nunca he militado en partidos. En
mis años mozos fui revolucionario, exiliado y preso en la Rotunda. Estuve
aproximado al PND y a URD, pero eso se acabó desde hace tiempo. Ahora veo los
tigres desde lejos.
El Libro
del Abuelo
El territorio del Yuruary, producto de la división político
territorial que en el quinquenio de
Guzmán Blanco redujo a nueve los veinte Estados de Venezuela, es política y
socio-económicamente
pintado por Horacio Cabrera en su libro con un buen caudal de conocimientos.
A medida que el lector toma vuelo se va enterando de cosas y casos
como el de Inesita Rau, la rica que descendió a los niveles de pobreza por la
devaluación de la libra en Londres donde tenía depositada su fortuna para vivir
de los intereses; la época de esplendor del oro en El Callao y las ocurrencias
del indio Arsenio matando venados con balas de oro cuya onza costaba un décimo
de lo que cuesta hoy; como las mentiras de Lucién Morisse cuyo libro rescató
Juvenal Herrera para que fuera editado por la CVG sin meditar el riesgo que
significa gastar los dineros del Estado en obras como esa; la venta que hizo
Guzmán Blanco a Liccioni de las 379 leguas de tierras pertenecientes al Colegio
Federal Guayana por 600 mil bolívares y que iban desde Tumeremo hasta San Félix.
Cosas y casos como la del general Manuel González Gil, apodado “El
Gallito”, quien fue Presidente del Estado Bolívar en tiempos de Guzmán Blanco y
de Crespo y que administró con 700 hombres las sabanas cresperas del Caura que
luego compraría Gómez por 80 mil
bolívares para terminar vendiéndoselas a la nación por 17 millones de
bolívares.
Horacio Cabrera reseña muy bien en su libro la Batalla de Orocopiche
que decidió la toma completa de Guayana en tiempos de la Revolución Legalista y
destaca la participación del general Domingo Antonio Sifontes. Retrata de
cuerpo entero al general José Manuel (el Mocho) Hernández, el que siempre
ostentaba el uniforme militar para poder sentirse seguro, distinto al General
Celestino Peraza que prefería el liquiliqui no obstante su veleidad similar a la
del General Velutini que le tiraba un tiro al gobierno y otro a la revolución.
El misterio del Muerto de la Carata queda bien descodificado en este
libro “El Abuelo”. El famoso muerto o “Hermano Penitente” como lo llamaban los
espiritistas que frecuentemente llegaban al Hato para invocarlo asi como judíos
y otros fanáticos del esoterismo, y la superstición interesados más en la
posible botijuela que en el arcano, queda aclarado con la existencia de Pedro
Manuel, un personaje culto que dominaba idiomas como el difícil arte de la
ventriloquia con todo lo cual armó un psicológico entrenamiento individual que
asombró ingenuamente a todo el Yuruary trascendiendo más allá del Cuyuní, el
Caroní y el Orinoco.
El Incidente
del Cuyuní
Inglaterra siempre le tuvo la mira puesta a la vasta extensión de la
Guayana venezolana. Desde que Walter Raleigh apresó al Gobernador don Antonio
de Berrío y se hizo dueño de San José de Oruña, desde que expulsaron a los
holandeses súbditos del imperio español de las tierras de Demerara y el
Esequibo, y por último, desde que el capitán Keymis quemó a Santo Tomás de la
Guayana y vengó en el gobernador Palomeque de Acuña la muerte de Jorge, el hijo
predilecto de Raleigh. Desde esos angustioso días del siglo diecisiete,
Inglaterra se obsesionó de Guayana y aprovechó la participación de los legionarios
británicos e irlandeses en la guerra de Independencia para proponer al Congreso
de Angostura en enero de 1819 la formación de una nueva provincia que se
llamaría Nueva Erin, capital Nueva Dublín y que abarcaría desde Mánamo
siguiendo el Orinoco hasta el Caroní, Barceloneta y límites con Brasil.
Provincia, por supuesto, habitada y gobernada por irlandeses.
Rechazando tal proyecto por el Congreso de Angostura, Inglaterra
adoptó por otra salida, la de ir avanzando desde Demerara y el Esequibo por las
inmensas soledades de la selva guayanesa hasta provocar un conflicto como en
efecto ocurrió con el llamado “Incidente del Cuyuní” que le permitiera dilucidar
en forma conveniente una situación en la que ella, debido a su gran poder
imperial, tenía todas las de ganar.
Con razón dice Enrique Bernardo Núñez, al considerar el “Incidente del
Cuyuní” protagonizado por el general guayanés Domingo Antonio Sifontes que este
“sin saberlo, estaba obligando a que Inglaterra aceptara el arbitraje, aunque
le faltó malicia para sospechar que de todas maneras seríamos burlados toda vez
que una de las condiciones aceptadas para el arbitramiento fue que no
estuviéramos presentes en la defensa de nuestro territorio usurpado”.
Horacio Cabrera Sifontes en su libro “El Abuelo” donde expone lo del “Incidente”
dentro de un marco histórico y de acontecimientos regionales en el que
sobresale la figura del general Domingo Antonio Sifontes, señala esta condición
absurda de la no presencia de Venezuela en el arbitramiento, en cambio,
Inglaterra sí fue aceptada como juez y parte con la virtual tolerancia del
gobierno de Joaquín Crespo.
De allí que al producirse el Laudo Arbitral de octubre de 1899,
Venezuela perdió 150 mil kilómetros cuadrados en la zona del Esequibo que
siempre hemos venido reclamando.
Pero habríamos perdido más porque era mucho más, 60 mil millas
cuadradas, lo que Inglaterra reclamaba. Para eso había comisionado con tiempo
al agrimensor austriaco Roberto Shomburgh, para que rodara la línea una y otra
vez que después de 27 años de muerto el señor Shomburgh, continuaron rodando
las tropas inglesas de avance que llegaron a establecer un cuartel en la margen
derecha del Cuyuní frente a El Dorado.
Cuando ocurrió el Incidente, era porque el patriotismo se le había
revolcado en la sangre al General Domingo Antonio Sifontes, viendo casi
impotente cómo comandos ingleses subían y bajaban a su antojo el Cuyuní, y una
vez más empeñó tranquilidad familiar y fortuna para hacer la guerra, esta vez no contra connacionales en
la viciosa lucha por liquidar la arbitrariedad y adecentar el poder político,
sino contra los usurpadores de buena parte de nuestro territorio, contra los
británicos que desde más allá de los mares se aventuraban a estas tierras
indoamericanas para ver cuánto podían lograr.
Del protagonista de esta acción nos habla precisamente uno de sus descendientes
directos en el libro “El Abuelo” impreso en Caracas por “Ediciones Centauro” a
expensas de la Asamblea Legislativa que de esta forma resolvió el homenaje a
que se sentía obligada con motivo del Bicentenario de Tumeremo.
Es el décimo primer libro de Horacio Cabreras Sifontes y consta de 253
páginas en nueve capítulos y un anexo que comprende reproducción facsimilar de
cartas y gráficas de la época. Es un libro interesante, profuso de datos y bien
documentado como todos los de este Señor inmerso en una vida intensa donde se
conjugan las ansias del saber y la investigación con la creación espiritual y
material que al fin materialista y concreto es él como toda la estirpe del
llano y la montaña.
Como buen investigador lo caracteriza la objetividad, vale decir, la
veracidad de las cosas, siempre ajeno a la superstición y vanas creencias como
esa la del “Muerto de la Carata”, que esclarece al detalle en el libro por ser
exactamente “La Carata” el Hato donde nació Domingo Sifontes así como Mercedes,
la madre del autor del libro.
El libro de Horacio termina con el “Incidente del Cuyuní”, y la gran
manifestación anti-inglesa en Caracas y las palabras pronunciadas por el doctor
Luis Felipe Vargas Pizarro en la ocasión de la muerte de Domingo Sifontes
ocurrida en El Callao a la edad de 78 años.
Pero el “Incidente del Cuyuní” a que se refiere este libro, más que un
incidente fue una acción patriótica reflexionada con gran sentido patriótico y
tal vez en conciencia de las consecuencias inmedibles. Y es que lo importante
en ese momento de la acción, una acción de fuerza que se repitió en tres
ocasiones, no eran precaverse de que se estaba ante un gigante sino que el
gigante estaba hollando tierra sagrada y había que expulsarlo sin miramientos
ni temores.
Tener a los ingleses allí en Cuyuní frente a El Dorado con un
“Departament of Police of Cuyuní and Yuruan Rivers” como bien claro decía el
letrero puesto en la fachada del
Bungalow, no era para quedarse tranquilo a la espera del visto bueno del
Presidente Crespo que absurdamente le pidió a Sifontes más o menos que se
hiciera el loco, sino que había que proceder como bien procedió aunque con
ingratos resultados, pues luego de detener al comisionado inglés Douglas D.
Barnes junto con la oficialidad y la tropa y remitidos todos a Ciudad Bolívar,
fueron puesto en libertad casi en el acto por el gobernador o presidente del
Estado, general Manuel Gómez Gil.
Por eso, la segunda vez que los ingleses enviaron a 30 hombres al
mando de Michael Mac Turk, la experiencia indicaba que no había que detenerlos
sino espantarlos a tiro limpio. Algunos ingleses resultaron heridos, pero la
lección quedó aprendida y nunca más se atrevieron remontar el Cuyuní hasta El
Dorado. El 2 de enero de 1895 es por eso fecha memorable. Cuatro años después
se produciría el Laudo Arbitral de París y todos conocemos la historia.
El extraño
caso de un velorio en ausencia
En 1993, Horacio Cabrera Sifontes publicó el extraño caso de un velorio en ausencia, que recoge un aspecto
biográfico de su vida de ganadero en uno de los hatos más importantes de
Venezuela: “La Rubiera”
La Rubiera,
de 180 leguas cuadradas de sabana, montes, ríos cimarroneras y leyendas, había sido fundado en el Guárico por el
empresario vasco Santiago Sánchez Vélez, de las aldeas de Mier y Terán
(Oviedo), pasó luego a manos del dictador Juan Vicente Gómez en 1915 y a la
muerte de éste fue confiscada por la nación y vendido más tarde a través del
Banco Agrícola y Pecuario a un empresario que lo confió para su administración
a don Horacio Cabrera Sifontes, quien para entonces se hallaba en el Zulia
dirigiendo un Lactuario.
Administrar un hato tan grande como el cimarronerismo y el cuatrerismo
por los cuatro vientos no fue fácil para el guayanés que después compraría La
Vergareña del Municipio Brceloneta y La Potoca en las riberas orinoqueñas de
ciudad Bolívar.
Le echó pierna y coraje a esa hacienda guariqueña tan llena de
resabios y supersticiones, pero sin poder salir ileso. El haber capturado a Melecio Jiménez, uno de
los cuatreros más sagaces y pesados de la comarca, le costó cárcel, pues el
cuatrero al salir en libertad luego de la sentencia condenatoria del Juez
Pastor Ollarves, prometió ante propios y
extraños que mataría a don Horacio tan pronto saliera en libertad, pero su
promesa fatalista no se cumplió sino que el muerto aparentemente fue él. Por lo
menos, así se dijo y se aceptó, sólo que su cadáver nunca apareció.
No obstante, los enemigos de Horacio que eran quienes practicaban el
cuatrerismo más los usufructuadores del
abigeo, con el virtual apoyo del Gobernador de turno, fabricaron una prueba criminal
que lo llevo a la Cárcel de Calabozo.
Tal los restos de un animal incinerado que la experticia al final
descubrió y gracias también a una imparcialidad exigida por hombres connotados
como Jóvito Villalba y Rómulo Gallegos en medio de los intereses económicos y
políticos que pretendieron rodear el caso.
El corolario de todo es que al cuatrero Melecio Jiménez se le hizo un
velorio en ausencia con todos los ritos peculiares del llano venezolano y Don
Horacio, aunque salió absuelto, jamás pudo librarse de la pesadilla que
descargó en su penúltimo libro: el
extraño caso de un velorio en ausencia.
Estudio histórico geográfico de Guayana
El último libro (1994) de Horacio Cabrera Sifontes, un año antes de su
muerte (1995), está dedicado a la docencia y escrito dentro del marco del
decreto del Gobernador Andrés Velásquez que dispone de manera obligatoria la
enseñanza de la historia y geografía del Estado Bolívar en los diferentes
niveles y modalidades del sistema educativo.
“Estudio
Histórico - Geográfico de Guayana” trata de
trasmitir a más de la ubicación geográfica y la época del suceso, el sentido
dialéctico del proceso en relación con su medio ambiente y los factores
económicos que lo sustancian dentro del nivel cultural del momentos del
acontecimiento.
Después de este libro didáctico, no pudo escribir sino el de la muerte en
una de sus formas más poderosas y menos aceptada.
El sentimiento de la
muerte – que es el verdadero sentimiento trágico de la vida – se puede
experimentar de dos maneras: en la carne propia o en la de los demás. Lo más
corriente es experimentar la muerte de los otros, y son pocos los seres humanos
que se dan realmente cuenta de cómo la muerte nos va invadiendo cada día. En
cierta forma se podría decir que vivir es un suicidio. Por eso decía Camus que
el suicidio es el más importante de todos los temas filosóficos (Ludovico
Silva).
¿Cuántas veces pensó
Horacio en el suicidio?
Tantas como cada
eslabón restado por el tiempo al cerco que le iba reduciendo la vida.
No esperó que el
suicidio se consumara por su cuenta. El siempre fue rebelde y por eso un día
después de conmemorada la Bandera (lunes 13 de
marzo de 1995), cuando el Sol tendía su crepúsculo sobre el Orinoco, se
le adelantó. Como también lo hizo Diego Heredia Hernández, quien lo sucedió en
su gobierno. Como igualmente lo hizo Fabricio Ojeda, con quien pernocté a fines de 1958 en su Hato de El Palmar. Como
asimismo su amigo Alirio Ugarte Pelayo,
el 19 de mayo de 1966 y como aquél insigne novelista Premio Nóbel que él
admiraba, Ernesto Hemingway, el célebre autor de “Por quién doblan las
campanas” y “Muerte al atardecer”.
El siempre fue
adelantado, como todos los canarios de su estirpe que desafiaron el mar tenebroso para asentar las
bases de su porvenir en aquella tierra de gracia llamada Aragua de Barcelona y
después en el Guarán allá en las tierras del Yuruán y del Yuruary.
Yo lo conocí siendo
él Gobernador de este Estado en el año transición de la Dictadura a la vigente
Democracia. Este año de 1958 fue realmente efervescente, a la medida de su
temple y de su talla de hombre formado en la dinámica del acontecer nacional.
Venía con el
Proyecto del Puente sobre el Orinoco bajo el brazo, pero no se hizo por donde
él lo había decretado, con base central sobre la Piedra del Medio, sino a ocho
kilómetros aguas arriba, entre Playa Blanca y Punta Chacón. Pero no importa,
allí está y tiene en su haberlo decretado de primero.
Cuando eso ya había
recorrido medio mundo. Todavía no se le abría su vena de escritor. Apenas
conocíamos “Caramacate”, relatos de la selva escrito en su tiempo de
exiliado. Después progresivamente se le fue
ensanchando la esfera radiante que iluminó para todos sus vivencias y
experiencias intelectuales más intensas y lo libró definitivamente de las
ardorosas faenas del campo. Aquí lo
tenemos ahora en cuerpo entero como en última instancia lo asimiló la
Asociación de Escritores y la Academia Nacional de la Historia.