Guasipati,
uno de los pueblos misioneros más antiguos de la Guayana, regresa a la memoria gracias a la
acuciosidad e inquebrantable fidelidad del licenciado Leopoldo Villalobos Boada, su
hijo entrañable prestado a otras tierras generosas, pero siempre atento al lugar de sus ancestros y de su más íntima
existencia.
Cuánto qué decir, cuánto
qué desentrañar de los enrevesados pliegues memoriales de un pueblo de
ascendencia aborigen y misionera que después de tanto andar por los umbrosos
senderos de la selva, encontró el camino de la civilidad urbana. Sin duda que
la añagaza de El Dorado en cualquiera de sus variantes,
tuvo mucho que ver, pero también el esfuerzo misional de los heraldos de la religión occidental.
Y la otra cultura venida
de ultramar con la conquista, la que impusieron en nombre de Dios a los
kamaracotos cazadores de zorros guaches, surtió sus efectos indelebles y allí
está Nuestra Señora del Rosario de Guasipati, sobreviviendo
a los avatares de la distancia, de la selva y del tiempo, sobreviviendo como
las muy pocas misiones que el impulso civilizador de la conquista y la colonización fueron sembrando en la inmensidad de
los ecosistemas más antiguos de la
geografía americana.
Desde 1757 cuando ni
siquiera rodaban los rústicos ruletos hasta ahora cuando la cibernética nos
acerca y globaliza, la sucesión de hechos mayores y menores en la configuración
de la vida histórica de Guasipati es realmente ingente, pero de ninguna manera
tan abrumadora como para incomodar la serenidad
y entusiasmo de un cronista y periodista como Leopoldo Villalobos, en su
hermosa como encomiable tarea de seleccionar y clasificar los aspectos vitales
que nos ofrece en este libro auspiciado por la Alcaldía del Municipio Roscio.
Con estilo y metodología muy propios y de fácil
acceso, rayando en lo didáctico, el autor de
este libro hilvana una serie de crónicas sobre los aspectos que a lo largo del tiempo fueron dándole forma a
la vida de Guasipati, vinculando lo ordinario con lo importante, pero
destacando por su propio peso y mérito específicos
los momentos históricos trascendentes como el hecho de haber sido territorio
federal independiente dentro del contexto geopolítico del Estado Federal del que forma parte.
Leopoldo Villalobos se limita a
presentar hechos para que no escapen de la memoria de naturaleza frágil, es decir, para que se mantengan en el
discurrir azaroso del tiempo y evitarle
esfuerzo de rescate a las venideras generaciones.
El análisis de por qué
Guasipati, capital de una región descomunal extendida desde la costa oriental del Caroní hasta los hitos
fronterizos más remotos del Estado, quedó reducida a 8.418 kilómetros cuadrados
con sólo un antiguo municipio foráneo, Leopoldo Villalobos prefiere dejarlo a
los profesionales especialistas en la interpretación de los hechos históricos.
Por lo demás, el trabajo acucioso e informativo del
cronista, en la ocasión de los 246 años de la fundación de la invariable
capital del Municipio Roscio, es convincentemente valioso y obviamente acertado
en un tiempo en que las comunidades manifiestan paladinamente su interés por
los valores sociales y geopolíticos que han venido conformando su identidad
jurisdiccional.
Américo Fernández, Cronista de Ciudad Bolívar 2003